Cada copo de nieve es un suspiro suspendido frente a mi ventana. Invicta, la bandera de Navidad, permanece de pie entre el frío y el viento que sacude la blancura de los árboles. Pasa un cardenal a vuelo raso, sé que es él, el interlocutor ubicuo, el filósofo que hace soñar a las plantas congeladas, el poeta jocoso que dibuja flores con sus piruetas alrededor de la chimenea. Lo reconozco por su sonrisa insuperable. Apenas me mira. Busca refugio, le abro la puerta y en lugar de entrar, sacude su abrigo de alas escarlata frente a ella, como para desplegar calor en mi estancia y abrazarme el alma. Saluda tocando su cabeza con la punta de un ala. Se aleja en dirección a un arbusto y desaparece en él. Bendito invierno con sus paisajes níveos y sus cantos de esperanza. Quizás todo es un sueño, tal vez una quimera, pero no hay mejor manera de calentarse las manos al fuego del hogar, que en la estación de la espera. Dagor
No es el hombre por hombre superior más que a la sombra de sus propios pasos, muchas veces el hombre es un payaso que ríe entre sus ganas de llorar. No es el hombre el señor del universo, sólo es grano de arena en playa vieja, sólo es hueso fugaz, tímida queja que aprende lentamente a caminar. No es el hombre inmortal, no es dios ni es vino, el hombre es el camino, no es el norte, invitado temporal del horizonte, lluvia breve, libertad por alcanzar. Dagor