Por un camino de ceibos vuelvo a la infancia, entre las ramas verde esperanza de los árboles, se asoma incandescente una estrella que me guía. Es Marte, el planeta, pero yo no lo sé. Lo único que sé es que el astro ilumina mi sendero, que avanzo confiada. Miro extasiada la estrella y creo ver en ella una imagen conocida: tres personas, un hombre, una mujer, un niño. La Sagrada Familia -digo-, mientras me persigno emocionada.
Había apretado el paso porque tenía temor de la oscuridad, ahora respiro aliviada disminuyendo la velocidad, me deslizo sin prisa para gozar de ese espectáculo que imagino solamente mío. Asumo que si no fuera por las tinieblas, no habría manera de apreciar el prodigio de la luz.
Milagro! Todas las penas del camino pasan velozmente por mi mente como una película y van quedando atrás. Pero ni el recuerdo de los episodios más tristes de mi vida logra entristecerme. Siento paz, deseos de apretar ahora si el paso, arribar pronto a la meta, emprender una nueva jornada sin temores. Anhelo que amanezca pero ya no le temo a la oscuridad.
Al llegar a una esquina veo otras luces a los lejos, las de mi ciudad. Marte sigue brillando y yo sigo creyendo que la estrella está en el cielo solamente por mi, que la Sagrada Familia me guía, me llama… Al doblar la esquina descubro miles de personas en un parque, todas mirando al cielo. Al principio siento vergüenza de mi ingenuidad pero me veo en tantos rostros, cada par de ojos es un farol que el planeta brillante mira enternecido desde el espacio. El astro parece decirnos: La felicidad consiste en compartir, recibir es sólo un ejercicio de rebote. Yo brillo para ustedes con luz prestada del sol.
Los ceibos han quedado atrás, fueron reemplazados hace muchos años por pinos gigantescos. El amanecer me sorprende lejos del Polo Sur, cerca del Polo Norte. Los duendes de Santa viven el día más ocupado del año. Es 25 de Diciembre, el sol brilla intensamente, la Navidad florece. La estrella de David descansa, planeta de amor universal que se asomara puntual en el sendero de millones de seres en esta Noche Buena del 2007, a una de distancia de 88,5 millones de kilómetros para podernos alcanzar a todos por igual.
Puedo percibir el calor y el amor de la Sagrada Familia, MI FAMILIA, ellos son mi estrella incandescente!.
Vuelvo al parque donde la infancia no muere, donde los rostros amados permanecen inalterables. Mirando juntos al cielo podemos perderle el miedo a la oscuridad del camino y al frío de la distancia, al temor a la soledad porque en el infinito, existe la luz que nos guía al amanecer, que nos une: LA FE!
FELIZ NAVIDAD!
Patricia Velásquez de Mera
Había apretado el paso porque tenía temor de la oscuridad, ahora respiro aliviada disminuyendo la velocidad, me deslizo sin prisa para gozar de ese espectáculo que imagino solamente mío. Asumo que si no fuera por las tinieblas, no habría manera de apreciar el prodigio de la luz.
Milagro! Todas las penas del camino pasan velozmente por mi mente como una película y van quedando atrás. Pero ni el recuerdo de los episodios más tristes de mi vida logra entristecerme. Siento paz, deseos de apretar ahora si el paso, arribar pronto a la meta, emprender una nueva jornada sin temores. Anhelo que amanezca pero ya no le temo a la oscuridad.
Al llegar a una esquina veo otras luces a los lejos, las de mi ciudad. Marte sigue brillando y yo sigo creyendo que la estrella está en el cielo solamente por mi, que la Sagrada Familia me guía, me llama… Al doblar la esquina descubro miles de personas en un parque, todas mirando al cielo. Al principio siento vergüenza de mi ingenuidad pero me veo en tantos rostros, cada par de ojos es un farol que el planeta brillante mira enternecido desde el espacio. El astro parece decirnos: La felicidad consiste en compartir, recibir es sólo un ejercicio de rebote. Yo brillo para ustedes con luz prestada del sol.
Los ceibos han quedado atrás, fueron reemplazados hace muchos años por pinos gigantescos. El amanecer me sorprende lejos del Polo Sur, cerca del Polo Norte. Los duendes de Santa viven el día más ocupado del año. Es 25 de Diciembre, el sol brilla intensamente, la Navidad florece. La estrella de David descansa, planeta de amor universal que se asomara puntual en el sendero de millones de seres en esta Noche Buena del 2007, a una de distancia de 88,5 millones de kilómetros para podernos alcanzar a todos por igual.
Puedo percibir el calor y el amor de la Sagrada Familia, MI FAMILIA, ellos son mi estrella incandescente!.
Vuelvo al parque donde la infancia no muere, donde los rostros amados permanecen inalterables. Mirando juntos al cielo podemos perderle el miedo a la oscuridad del camino y al frío de la distancia, al temor a la soledad porque en el infinito, existe la luz que nos guía al amanecer, que nos une: LA FE!
FELIZ NAVIDAD!
Patricia Velásquez de Mera