Muchos piensan que la violencia se divide en dos, la real y la ficticia. Millones se divierten a diario leyendo libros de mentes sanguinarias, o se deleitan en la contemplación de películas diabólicas. Los grandes ídolos de barro son esos productores y directores de cine, a quienes les hemos llenado los bolsillos de poder y dinero por atacarnos sin tregua con sus historias torcidas, cuyo desenlace siempre tiene que ver más con la fuerza que con la razón. Uno de los primeros regalos que recibe un hijo varón es una pistola de juguete. Hay tantos que creen que una guerra, cualquier guerra, con el pretexto que fuere, es justa y hasta necesaria. Nos hemos acostumbrado a desayunar, almorzar y cenar con el sonido ensordecedor de matanzas y explosiones, que la televisión nos brinda al granel. Qué caro está pagando el hombre estos errores. Con qué ejemplo y con qué derecho podemos enseñarles a nuestros hijos y nietos la palabra paz? Si nunca la hemos entendido, si languidece, si cae en desuso día a día, al calor de la indiferencia y la complicidad del género humano.
© Dagor PVV
nada soy o soy tan poco como una maceta discreta que olvidada y solitaria observa desde la ventana los transeúntes que pasan apenas soy en mi estancia la esquina fortuita de una casa ubicada en cualquier manzana poeta desencantada tomando notas fotografiando sonrisas con las pupilas cansadas para poder reflejarlas entre los versos del alba mientras los zapatos sangran por calles imaginarias largas calles no empedradas plagadas de dolor de desesperanza eso soy o no soy nada una huida permanente un paso en el andén constantemente un atardecer lleno de nubes sobre la playa de los indolentes nada soy o soy tan poco transparente anacoreta pintando sobre muros invisibles los rostros de otros bardos que no calzan en las listas repetidas en las alfombras purpúreas de los mercaderes de la humanidad Dagor Ab...
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