La verdad es que eras diferente, sin pelos en la lengua, a ratos rabioso pero manso como un niño al centro del corazón. Así te recuerdo. Me llamabas la atención por mi timidez y más de una vez me dijiste que de seguir así, no iba a poder disfrutar de los privilegios de la intelectualidad. Pero el mundo de los intelectuales es uno imaginario, te lo repetí incansablemente, y en esta noche en que sé que me lees, te lo digo una vez más. Es probable que ahora estemos de acuerdo.
Te vas con los lentes puestos sobre los ojos del alma, empinando la nariz en busca de senderos que huelan a tinta añeja. En otra vida, debes haber sido un escribano de tiempos mejores tratando de recuperar manuscritos iluminados, de completar papiros inconclusos, porque de manera natural te auto declaraste Bibliotecario y cuidaste prolijamente cada obra en tus manos, pero no desvirtuaste el sentido esencial de la Bibliotecología, cual es el de la diseminación de la información bibliográfica.
Te entregaste a la difusión cultural con el mismo tesón con que abrazaste tu tarea de librero, pero te hiciste un espacio para ser Profesor y sobre todo, Historiador. Y cuando ya no hubo un rincón en donde albergar otro libro, cuando el dueño de casa desestimó tu sueño, te sentiste traicionado, incomprendido, y te embarcaste en tu nave buscando esa estrella hacia la que te diriges ahora, para poder seguir coleccionando obras invisibles lejos de este planeta.
Tus entrevistas fueron excepcionales, y aunque a ratos fuiste elitista, cosa que se anteponía a tu discurso, realmente rescataste para el Ecuador mucho talento, mucha letra, mucha obra.
Imparable, intenso, apurado, exigente, polémico, romántico, apasionado. Siempre andabas de prisa, como si al bajarte del andén no te quedara tiempo para subir en el siguiente tren… Pero el tiempo fue tuyo porque no lo desperdiciaste, como si hubieras sabido que te despedirías tan temprano.
Vuela lejos amigo, repleta tu nave con tus mejores libros, instala tu Fundación en un punto de luz en el espacio para que podamos leer a la distancia, funda una nueva Barricaña en un cráter de la luna, llévate este abrazo fraterno, leal, y siémbralo con viento en el jardín de la esperanza.
Hasta volvernos a encontrar, adiós amigo.
© Dagor PVV
(Foto: "La Laguna" por Patricia Velasquez de Mera. New Orleans, 1998) 8002 Sycamore Llegó apurado, frotándose las manos. Apretaba el periódico del día bajo su brazo izquierdo. En la mano derecha, como de costumbre, llevaba un pan empacado en papel de cera. Hacía frío, pero también como de costumbre, no llevaba calcetines y sus canillas blancas como la nieve relampagueaban entre los mocasines y el pantalón. Depositó el pan sobre la mesa y se sentó de espaldas al salón, frotando sus manos una contra la otra por largo rato. Little Watch (relojito) apareció de algún rincón y moviendo la cola se le pegó a la pierna con familiaridad hasta que se escuchó el grito: Maldita sea! Ya me pasaste el puñado de pulgas. Se levantó agitado, abrió la puerta y Little Watch salió pitando por ella. Volvió sobre sus talones y se dirigió a la chimenea, prendió el fuego sin sacarse el abrigo y se metió en la cocina. Mientras pasaba café leía con interés el diario y tomaba con placer -como si aquello
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