(Foto: "La Pili" Oleo sobre tela por Patricia Velasquez de Mera, Cherry Hill, 2004) La Carta de Marisabel Su voz sonaba rara cuando dijo “pare!”, pero no me importó… la sentí como mía, como si brotara desde el fondo de mi ser y viajara con familiaridad por mis cuerdas bucales para perderse en el aire en forma de palabras… Tal vez mi voz es rara. Al escuchar su acento, una sensación de plenitud alumbró mi sombra, como que me completé al descubrirlo. Sentí que ése era el hombre que había estado esperando junto a la ventana de mis ojos, desde el día en que nací… El pasó de largo, ni siquiera me miró. Avanzó como sobre nubes, visiblemente emocionado y al llegar al andén del tren, se fundió en un suave abrazo con otro hombre de características físicas muy similares a las de él. Luego del saludo, se acariciaron hondamente con los ojos y subieron al tren tomados de las manos. A veces, cuando pienso en esa tarde en que creí brevemente, haber encontrado al hombre de mis sueños, sonrí...
No es el hombre por hombre superior más que a la sombra de sus propios pasos, muchas veces el hombre es un payaso que ríe entre sus ganas de llorar. No es el hombre el señor del universo, sólo es grano de arena en playa vieja, sólo es hueso fugaz, tímida queja que aprende lentamente a caminar. No es el hombre inmortal, no es dios ni es vino, el hombre es el camino, no es el norte, invitado temporal del horizonte, lluvia breve, libertad por alcanzar. Dagor