Si un escritor no sirve como lazo para que una sociedad se reconcilie, si utiliza el verbo buscando ganancias a nivel personal, si aprendió a dividir pero no a sumar y se proyecta como tal en su obra, si lo que dice no se parece a lo que hace, si lo suyo es un dialelo de vanidad, debe abandonar el uso de la poderosa herramienta de la palabra, hacer mutis por todos los foros y proclamar con el silencio, que ha fracasado. Porque la palabra es un hilo transmisor, una cuerda que ata a la humanidad, no es una soga que se lleva el viento a un solo molino. Hay que firmar cada línea que escribimos como si fuera el documento que puede salvar una vida de la desidia, de la desigualdad, del deshonor, de la tristeza, de la mentira, de la deslealtad, del abandono, de la soledad, de la tiranía, del esplín, de la miseria. Porque una vida rescata otra, y otra, y otra más. Así, un escritor es como una semilla que reparte el verbo con un par de ojos y estos con otro par, y otro par. La palabra tiene...