La felicidad es un buen pincel, un taller que huele a pintura fresca, una mariposa en la ventana, un laboratorio de ideas multicolores, un marcador de tinta indeleble, una torta de manjar con frutillas, un libro de mil páginas vacías aguardando las palabras con la misma ilusión conque los árboles esperan las hojas al inicio de la primavera...
Aún es verano. Ha sido un “largo y ardiente verano” pero en el corazón de mi taller, las estaciones son totalmente anárquicas. Me niego a remover de la puerta de mi casa la corona de flores rosadas. Hacerlo, sería admitir que el tiempo ha transcurrido, que ya se murieron los adornos naturales del manzano. Y es que el tiempo somos nosotros, relojes de carne y hueso, péndulos que nos deslizamos entre la tristeza y la alegría, entre el calor y frío, entre la vida y la muerte, con matemática precisión… aunque no nos percatemos de ello.
Eventualmente, tendré que retirar la corona y reemplazarla por la del otoño... Me asomaré a la ventana del rec...
No es el hombre por hombre superior más que a la sombra de sus propios pasos, muchas veces el hombre es un payaso que ríe entre sus ganas de llorar. No es el hombre el señor del universo, sólo es grano de arena en playa vieja, sólo es hueso fugaz, tímida queja que aprende lentamente a caminar. No es el hombre inmortal, no es dios ni es vino, el hombre es el camino, no es el norte, invitado temporal del horizonte, lluvia breve, libertad por alcanzar. Dagor