Celebrando a Guayaquil desde la calidez de mi lejana trinchera los recuerdos se agolpan, se agitan, se suman, se multiplican, se reorganizan y bailan sobre el cuaderno invariablemente impregnados del privilegio de haber nacido en la capital del honor y la bravía, del calor humano y la pujanza, de la perseverancia, la inteligencia, el trabajo y la felicidad compartida. Guayaquil, eres la perla en la diadema de la libertad del Ecuador. Tu magia nacarada abarca todas las razas, todos los ritmos, todos los credos. En tu suelo se desvanecen las fronteras y de tu seno se alimentan los hijos de cada una de las ciudades del mapa ecuatoriano que te consideran suya, como si hubieran nacido de tu vientre. Tus reservas de alegría son inagotables, por eso la luna se mira en tu rostro para imitar tu sonrisa. Guayaquil, eres espejo que el mar y el río besan en idilio interminable de belleza. De tus embarcaciones en el agua se desliza la cadencia con la que caminan tus mujeres y la fuerza imparable ...
No es el hombre por hombre superior más que a la sombra de sus propios pasos, muchas veces el hombre es un payaso que ríe entre sus ganas de llorar. No es el hombre el señor del universo, sólo es grano de arena en playa vieja, sólo es hueso fugaz, tímida queja que aprende lentamente a caminar. No es el hombre inmortal, no es dios ni es vino, el hombre es el camino, no es el norte, invitado temporal del horizonte, lluvia breve, libertad por alcanzar. Dagor