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Mostrando entradas de octubre, 2014

Carta a Helenita

Hay días en que el sol se detiene en la ventana y toca con sus nudillos luminosos el rincón más tierno y chiquito de nuestros corazones. Esa especie de jardín en eterna primavera, en donde habitan en armoniosa intimidad los rostros y recuerdos de nuestros niños, los niños de la familia. Ellos, cuyos bracitos nunca crecieron para poder seguir abrazándonos cálida e inocentemente. Ellos, cuyas miradas tiernas han sido como faroles en nuestro camino. Ellos, quienes con sus travesuras y ocurrencias trajeron alegría, aún en los tiempos más duros. Porque no hubo tormenta, por fuerte que el agua golpeara los cristales, que no se despejara al escuchar la risa espontánea y despreocupada de nuestros pequeños. Ellos nos pusieron y nos siguen poniendo en perspectiva.  Hoy es uno de esos días. Hoy la familia está de fiesta, mi sobrina nieta, Helenita, cumple quince años. En un giro del viento se le estiraron las piernas y la voluntad de ser feliz a su manera, acariciando su guitarra con sus ded

QUE VIVA GUAYAQUIL!

Celebrando a Guayaquil desde la calidez de mi lejana trinchera los recuerdos se agolpan, se agitan, se suman, se multiplican, se reorganizan y bailan sobre el cuaderno invariablemente impregnados del privilegio de haber nacido en la capital del honor y la bravía, del calor humano y la pujanza, de la perseverancia, la inteligencia, el trabajo y la felicidad compartida. Guayaquil, eres la perla en la diadema de la libertad del Ecuador. Tu magia nacarada abarca todas las razas, todos los ritmos, todos los credos. En tu suelo se desvanecen las fronteras y de tu seno se alimentan los hijos de cada una de las ciudades del mapa ecuatoriano que te consideran suya, como si hubieran nacido de tu vientre. Tus reservas de alegría son inagotables, por eso la luna se mira en tu rostro para imitar tu sonrisa. Guayaquil, eres espejo que el mar y el río besan en idilio interminable de belleza. De tus embarcaciones en el agua se desliza la cadencia con la que caminan tus mujeres y la fuerza imparable