Hay días en que el sol se detiene en la ventana y toca con sus nudillos luminosos el rincón más tierno y chiquito de nuestros corazones. Esa especie de jardín en eterna primavera, en donde habitan en armoniosa intimidad los rostros y recuerdos de nuestros niños, los niños de la familia. Ellos, cuyos bracitos nunca crecieron para poder seguir abrazándonos cálida e inocentemente. Ellos, cuyas miradas tiernas han sido como faroles en nuestro camino. Ellos, quienes con sus travesuras y ocurrencias trajeron alegría, aún en los tiempos más duros. Porque no hubo tormenta, por fuerte que el agua golpeara los cristales, que no se despejara al escuchar la risa espontánea y despreocupada de nuestros pequeños. Ellos nos pusieron y nos siguen poniendo en perspectiva. Hoy es uno de esos días. Hoy la familia está de fiesta, mi sobrina nieta, Helenita, cumple quince años. En un giro del viento se le estiraron las piernas y la voluntad de ser feliz a su manera, acariciando su guitarra con sus...
No es el hombre por hombre superior más que a la sombra de sus propios pasos, muchas veces el hombre es un payaso que ríe entre sus ganas de llorar. No es el hombre el señor del universo, sólo es grano de arena en playa vieja, sólo es hueso fugaz, tímida queja que aprende lentamente a caminar. No es el hombre inmortal, no es dios ni es vino, el hombre es el camino, no es el norte, invitado temporal del horizonte, lluvia breve, libertad por alcanzar. Dagor