No puedo decirte que te extraño porque el lugar donde duermes tiene esa paz que no disfrutaste en los últimos años de tu vida. Prefiero asumir que valió la pena perderte para que tu cuerpo descansara y para recuperarte de muchas maneras… Hoy por ejemplo, al pasar junto a tu retrato vi relampaguear la bandera en la solapa de tu chaqueta. Tu seguiste la dirección de mi mirada y con el brillo de la tuya abrazaste mi fe. No sé si hice bien pero en lugar de detenerme y decirte algo, seguí caminado, creyendo que hablaba sola, empacando regalos de navidad. Pero tu bajaste del balcón y me seguiste paso a paso sin interrumpirme. Entonces ocurrió algo mágico, una cajita navideña se abrió y su música se esparció por toda la casa. Sentí que me tomabas de las manos y empezamos a bailar “Noche de Paz” con intensa alegría. Luego vino el silencio, volviste al balcón de tu foto, yo me senté junto al fuego de la chimenea y mientras adentro la leña ardía, afuera la nieve volaba de árbol en árbol sembran...
No es el hombre por hombre superior más que a la sombra de sus propios pasos, muchas veces el hombre es un payaso que ríe entre sus ganas de llorar. No es el hombre el señor del universo, sólo es grano de arena en playa vieja, sólo es hueso fugaz, tímida queja que aprende lentamente a caminar. No es el hombre inmortal, no es dios ni es vino, el hombre es el camino, no es el norte, invitado temporal del horizonte, lluvia breve, libertad por alcanzar. Dagor