Cuando la lámpara del comedor se volvió luna, y el balcón del dormitorio de mi madre se transformó en esa ventana por la que podía intercambiar sueños de papel con las estrellas, entonces supe que era poeta. Cuando las olas más altas me llamaban a la orilla y el agua bailaba ante mis ojos bordando quimeras azules como si fueran palabras, no me quedó más remedio que aceptar mi destino de vate. Anacoreta por convicción, me sumergí en mi cueva urbana a tratar de entender mi destino, a escuchar la música de las palabras, a hacerlas bailar con el lápiz aún en medio de una densa neblina, de una honda tristeza. Me dormía con los apuntes debajo de la almohada y me despertaba de madrugada a tratar de hilvanar versos mientras todos dormían. A mi padre no le gustaba la idea, constantemente me recordaba que para dedicarme a la Literatura, tendría que estudiar alguna profesión que me permitiera solventar los gastos que iba a generar el pasar largas horas de mi vida, entregada a la tarea de buscar l...
No es el hombre por hombre superior más que a la sombra de sus propios pasos, muchas veces el hombre es un payaso que ríe entre sus ganas de llorar. No es el hombre el señor del universo, sólo es grano de arena en playa vieja, sólo es hueso fugaz, tímida queja que aprende lentamente a caminar. No es el hombre inmortal, no es dios ni es vino, el hombre es el camino, no es el norte, invitado temporal del horizonte, lluvia breve, libertad por alcanzar. Dagor