Leyendo los diarios de Ecuador hace unos días, me llamó la atención un artículo que mencionaba que en alguna ciudad se había reubicado a las”trabajadoras sexuales”. Acompañaba al escrito la foto de varias prostitutas sentadas de espaldas a la cámara, sesionando con un panel de autoridades, mitad del cual eran hombres cuyas caras sí se podían ver ya que no se trataba de rostros de pecadores/as. Las espaldas de las acusadas que sin fórmula de juicio se debaten en la cárcel de la desesperanza, esas que amanecen y anochecen con un pie en la cuerda floja del abandono perverso y mañoso de una sociedad acostumbrada al doble discurso, más parecían pizarras marcadas por la X del sexo impúdico. Y por si fuera poco, delante de las acusadas, sentados en primera fila se podía ver dos policías, muralla humana entre los santos subidos en el pedestal del poder y las malas, abajo, en el llano del pecador confeso sin posibilidad de redención o derecho a la libertad. Al parecer se ha dispuesto en Ambato ...
No es el hombre por hombre superior más que a la sombra de sus propios pasos, muchas veces el hombre es un payaso que ríe entre sus ganas de llorar. No es el hombre el señor del universo, sólo es grano de arena en playa vieja, sólo es hueso fugaz, tímida queja que aprende lentamente a caminar. No es el hombre inmortal, no es dios ni es vino, el hombre es el camino, no es el norte, invitado temporal del horizonte, lluvia breve, libertad por alcanzar. Dagor