El polvo celestial provocó un orgasmo en el cielo que se esparció por las retinas de hombres y mujeres, ojos con alas volando como estrellas al encuentro fugaz de meteoritos. En mágico concierto, miles de diminutas linternas alumbraron brevemente el horizonte de nuestras quimeras a velocidades impresionantes. Su éxodo fugáz como la vida misma, nos dejó una sensación de ver reir al universo, tan solo un segundo, no más! “Dónde estaremos en 33 años cuando el espectáculo se repita, preguntó una nube?” “Y qué importa donde estemos?”, repliqué… Nuestras realidades, breves son, comparadas con la infinita longitud del todo al que pertenecemos. Nuestros sueños, como precipitación de meteoritos en cambio, nos acercan en fantástico, inalienable espectáculo, a un edén interminable que se extiende mucho más allá de nuestras latitudes, permitiéndonos rozar con la esencia de nuestro ser un cachito de lo sublime. No sé si presencié la lluvia de estrellas o si tan sólo lo soñé… pero lo important...
No es el hombre por hombre superior más que a la sombra de sus propios pasos, muchas veces el hombre es un payaso que ríe entre sus ganas de llorar. No es el hombre el señor del universo, sólo es grano de arena en playa vieja, sólo es hueso fugaz, tímida queja que aprende lentamente a caminar. No es el hombre inmortal, no es dios ni es vino, el hombre es el camino, no es el norte, invitado temporal del horizonte, lluvia breve, libertad por alcanzar. Dagor