Hoy el amanecer fue diferente. Abrí los ojos a miles de millas de distancia de mi casa y lo primero que hice fue recordar el año pasado cuando parte de la gallada llegó desde Ecuador a Raleigh para celebrar sin bombos pero con platillos, mi entrada formal al mundo de los viejos: mis sesenta!!! Anoche nevaba en Portland, el frío se colaba por los rincones del abrigo, la gente caminaba encogida, los árboles se vestían de melena cana. Hoy, el día está soleado. Cuántas cosas han cambiado en estos 365 días con sus noches. Cuántas vivencias han quedado atrás. Hasta la casa se va quedando vacía… Cuántos amigos partieron, cuántos poemas nacieron; entre ellos Emily y Elizabeth. Cuántas penas se superaron, cuántos libros se escribieron; libros virtuales, tangibles, libros de vida. Lo bueno de estar viejos es que apreciamos el tiempo y que nos vamos quedando “sin pelos en la lengua”; que contamos los pasos, que hemos olvidado los malos recuerdos, que cuidamos las muelas; que todo lo vemos mejor, ...
No es el hombre por hombre superior más que a la sombra de sus propios pasos, muchas veces el hombre es un payaso que ríe entre sus ganas de llorar. No es el hombre el señor del universo, sólo es grano de arena en playa vieja, sólo es hueso fugaz, tímida queja que aprende lentamente a caminar. No es el hombre inmortal, no es dios ni es vino, el hombre es el camino, no es el norte, invitado temporal del horizonte, lluvia breve, libertad por alcanzar. Dagor