No sé si los copos de nieve suben o bajan, pero en mi corazón se acurrucan con sus alas diminutas empujadas por el viento, por el frío, por la soledad, por el tiempo. Vuelan despacio como aves sagradas, como palomas mensajeras buscando orillas para depositar su mensaje infinito; como níveas mariposas a punto de anidar. Por eso cuando pasan les abro la ventana, porque sé que son breves golondrinas de luz, fugaces flores de hilo pletóricas de paz, escapadas del vestido de la luna. Ellas brindan calor con su esperanza porque cuando las beso, como si fueran hadas, se deshacen en cantos al centro de mi almohada. No sé si los copos de nieve suben o bajan, pero su estela romántica transforma el paisaje, pinta con acuarela blanca las copas de los árboles, las casas y las plantas en la calle que conduce a mi morada. © Dagor
No es el hombre por hombre superior más que a la sombra de sus propios pasos, muchas veces el hombre es un payaso que ríe entre sus ganas de llorar. No es el hombre el señor del universo, sólo es grano de arena en playa vieja, sólo es hueso fugaz, tímida queja que aprende lentamente a caminar. No es el hombre inmortal, no es dios ni es vino, el hombre es el camino, no es el norte, invitado temporal del horizonte, lluvia breve, libertad por alcanzar. Dagor