CARTA ABIERTA A LOS DELINCUENTES QUE OFENDIERON LA BANDERA DE GUAYAQUIL
Dicen por ahí que nadie ha protestado como se debe por la ofensa mayúscula de que fuera objeto nuestra bandera azul y blanco en manos de miserables asalariados, quienes nos han humillado públicamente en su plan sistemático y diabólico de control de Guayaquil, y repartición demagógica e irresponsable del territorio de nuestra provincia.
Lo que no dicen y no reconocen los traidores que así se expresan, es que Guayaquil sí es de todos, porque en sus calles y plazas, en sus barrios populares o elegantes, hay una fanesca perfecta de granos multicolores, la de mejor olor, la de mejor sabor, en la que se mezclan a voluntad los sudores y los talentos, el sacrificio y la gloria de pertenecer a la más próspera, pujante, luchadora y hermosa de las ciudades del Ecuador, mestiza hasta el tuétano, en la que todos encuentran una oportunidad. Ciudad ejemplo de desarrollo a nivel mundial.
Tampoco reconocen que al pisotear la bandera de Guayaquil, se ha ofendido sin posibilidad de perdón, a la esencia misma del Ecuador, a ese afán integrador de nuestra ciudad estrella, de ser y por siempre haber sido, el puerto de la esperanza en donde cabemos todos los ecuatorianos.
A los desertores que nacieron en Guayaquil, Perla del Pacífico, a los arrimados que recibieron techo, educación y pan de Guayaquil y hoy le muerden la mano en gesto grotesco y desleal, a los que muestran el rostro ladino y a los que se esconden detrás de vándalos perversos, va dirigida esta carta.
Pobre de aquel que no respete la tierra que lo viera nacer o le diera abrigo, pobre de aquel que reniegue de su origen. Pobre del que busque pretextos para salir a dar rienda suelta a sus instintos malvados, disfrazado de salvador de la patria. Los hechos vandálicos que propiciaron, los ponen en evidencia; mismos que no tienen nada que ver con política sino con delincuencia e impunidad. Y en eso, todos los ecuatorianos estamos muy claros.
Tampoco es que no hemos reaccionado, nos ha costado tiempo hacerlo ante el dolor y la indignación que han causado. Como cuando perdemos a un ser querido en un asalto, un asesinato, una emboscada. Y hemos actuado con prudencia, tratando de separar los hechos, ya que la península la hemos considerado muy nuestra y así la seguiremos considerando. No hemos apelado a actos irracionales de protesta porque eso hubiera sido como emular al enemigo que no merece el más mínimo respeto, menos aún podríamos imitarlo.
Los peninsulares son tan ecuatorianos como los guayaquileños y no tienen culpa de las mentiras y artimañas de los corruptos encorbatados que les han hecho creer que la separación del Guayas, va a cambiarles la vida. Es absurdo pensar en desquitarnos con ellos por el comportamiento repudiable de unos cuantos delincuentes dirigidos a control remoto por las mafias políticas, que nos tienen amordazados.
El mar es de todos, el agua corre, baña la península y se retira, la ola baila, se desliza plácida, se eleva, cae aparatosamente sobre la orilla y queda la espuma que finalmente se esfuma y también se va. La arena vuela y hay un intercambio infinito, imparable de la misma entre las playas de la nueva provincia y la del Guayas. Y ningún hijo de vecino va a poder alterar ese mecanismo sagrado, inexorable de la naturaleza.
El tiempo pasa, los días corren, los hombres y mujeres vuelven a su vida cotidiana en la Península y en el Puerto de Guayaquil. La faena diaria nos absorbe y poco a poco los restos de las llantas quemadas en la carretera, irán borrándose con la ayuda del viento, de la lluvia, del polvo. Y aunque no olvidamos la ofensa de los vándalos, sabemos que Guayaquil está de pie, porque Guayaquil somos todos los que no la hemos traicionado. Y pésele a quien le pese, seguiremos siendo madera de guerreros y con esa madera seguiremos construyendo paso a paso, la ciudad invencible que se levantó del manglar para reinar como la capitana de todas las ciudades en la costa del Pacífico de la América del Sur.
La suerte está echada! No será solamente la historia, la palabra, la que juzgue a los desdichados malandrines y sus asesores, no será ella quien los condene a prisión perpetua, serán sus propios actos los que con dedo acusador los hundirá en el mar de la amargura y la mediocridad del que nunca han logrado salir. A veces, es mejor ser víctima que victimario. Quién les borra de las manos a los pelafustanes y sus jefes, la bandera destruida? Quien los redime de su marca de vulgares delincuentes?
VIVA GUAYAQUIL, CELESTE Y BLANCO POR SIEMPRE!!!
Patricia Velásquez de Mera
Dicen por ahí que nadie ha protestado como se debe por la ofensa mayúscula de que fuera objeto nuestra bandera azul y blanco en manos de miserables asalariados, quienes nos han humillado públicamente en su plan sistemático y diabólico de control de Guayaquil, y repartición demagógica e irresponsable del territorio de nuestra provincia.
Lo que no dicen y no reconocen los traidores que así se expresan, es que Guayaquil sí es de todos, porque en sus calles y plazas, en sus barrios populares o elegantes, hay una fanesca perfecta de granos multicolores, la de mejor olor, la de mejor sabor, en la que se mezclan a voluntad los sudores y los talentos, el sacrificio y la gloria de pertenecer a la más próspera, pujante, luchadora y hermosa de las ciudades del Ecuador, mestiza hasta el tuétano, en la que todos encuentran una oportunidad. Ciudad ejemplo de desarrollo a nivel mundial.
Tampoco reconocen que al pisotear la bandera de Guayaquil, se ha ofendido sin posibilidad de perdón, a la esencia misma del Ecuador, a ese afán integrador de nuestra ciudad estrella, de ser y por siempre haber sido, el puerto de la esperanza en donde cabemos todos los ecuatorianos.
A los desertores que nacieron en Guayaquil, Perla del Pacífico, a los arrimados que recibieron techo, educación y pan de Guayaquil y hoy le muerden la mano en gesto grotesco y desleal, a los que muestran el rostro ladino y a los que se esconden detrás de vándalos perversos, va dirigida esta carta.
Pobre de aquel que no respete la tierra que lo viera nacer o le diera abrigo, pobre de aquel que reniegue de su origen. Pobre del que busque pretextos para salir a dar rienda suelta a sus instintos malvados, disfrazado de salvador de la patria. Los hechos vandálicos que propiciaron, los ponen en evidencia; mismos que no tienen nada que ver con política sino con delincuencia e impunidad. Y en eso, todos los ecuatorianos estamos muy claros.
Tampoco es que no hemos reaccionado, nos ha costado tiempo hacerlo ante el dolor y la indignación que han causado. Como cuando perdemos a un ser querido en un asalto, un asesinato, una emboscada. Y hemos actuado con prudencia, tratando de separar los hechos, ya que la península la hemos considerado muy nuestra y así la seguiremos considerando. No hemos apelado a actos irracionales de protesta porque eso hubiera sido como emular al enemigo que no merece el más mínimo respeto, menos aún podríamos imitarlo.
Los peninsulares son tan ecuatorianos como los guayaquileños y no tienen culpa de las mentiras y artimañas de los corruptos encorbatados que les han hecho creer que la separación del Guayas, va a cambiarles la vida. Es absurdo pensar en desquitarnos con ellos por el comportamiento repudiable de unos cuantos delincuentes dirigidos a control remoto por las mafias políticas, que nos tienen amordazados.
El mar es de todos, el agua corre, baña la península y se retira, la ola baila, se desliza plácida, se eleva, cae aparatosamente sobre la orilla y queda la espuma que finalmente se esfuma y también se va. La arena vuela y hay un intercambio infinito, imparable de la misma entre las playas de la nueva provincia y la del Guayas. Y ningún hijo de vecino va a poder alterar ese mecanismo sagrado, inexorable de la naturaleza.
El tiempo pasa, los días corren, los hombres y mujeres vuelven a su vida cotidiana en la Península y en el Puerto de Guayaquil. La faena diaria nos absorbe y poco a poco los restos de las llantas quemadas en la carretera, irán borrándose con la ayuda del viento, de la lluvia, del polvo. Y aunque no olvidamos la ofensa de los vándalos, sabemos que Guayaquil está de pie, porque Guayaquil somos todos los que no la hemos traicionado. Y pésele a quien le pese, seguiremos siendo madera de guerreros y con esa madera seguiremos construyendo paso a paso, la ciudad invencible que se levantó del manglar para reinar como la capitana de todas las ciudades en la costa del Pacífico de la América del Sur.
La suerte está echada! No será solamente la historia, la palabra, la que juzgue a los desdichados malandrines y sus asesores, no será ella quien los condene a prisión perpetua, serán sus propios actos los que con dedo acusador los hundirá en el mar de la amargura y la mediocridad del que nunca han logrado salir. A veces, es mejor ser víctima que victimario. Quién les borra de las manos a los pelafustanes y sus jefes, la bandera destruida? Quien los redime de su marca de vulgares delincuentes?
VIVA GUAYAQUIL, CELESTE Y BLANCO POR SIEMPRE!!!
Patricia Velásquez de Mera