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AÑORADO RELOJ MUNICIPAL




Añorado Reloj:

Te escribo desde muy lejos para que sepas que estoy en pie de lucha, que mis más cercanos aliados, la pluma, el cuaderno y el lienzo, no te han olvidado y nos hemos declarado en asamblea permanente… Antes de proseguir con el tema de interés, debo comentarte que mientras redacto esta carta, las voces de la lluvia helada golpean el vidrio de mi ventana. Cada gota viste su traje transparente que le roba luz a las lágrimas y lágrimas a la luz. La nieve en cambio ha anunciado el retraso de su visita por motivos de fuerza mayor. Después de todo, ella, como la lluvia, vive y muere supeditada a la fuerza y el talento del viento, ese insuperable director de orquesta que permite la sincronía encantada en la caída de cada uno de sus copos…
Al otro lado del mundo, donde la mitad de mi corazón habita irremediablemente, estás tú, figura descollante y legendaria, con tu tic tac inolvidable golpeando el vidrio de las lunas de mis lentes y derritiendo en gotitas de nostalgia, el horizonte congelado en el recuerdo de mi pluma. Mi amigo Reloj, me llamas y tu calor me abraza vistiendo de celeste y blanco el paisaje del “Guayaquil de mis Amores” que vive por siempre en mi cuaderno.
Me dices que el Alcalde Nebot ha anunciado el encuentro mágico de los ecuatorianos comprometidos con el derecho a la libertad y el progreso de todos los ciudadanos para el día 24 de Enero, en nuestra ciudad, la más bella y corajuda de América Latina. Después de todo, Guayaquil vive apuntalada en el ritmo de los latidos de tu corazón, Reloj, y en su invencible estirpe guerrera, en su historia heroica que le ha permitido superar voraces incendios, enfrentar feroces ataques de piratas, sobrevivir pestes infernales y envidias perversas y hoy, una vez más ante la envestida furiosa, desleal y malsana de enemigos maquiavélicos y taimados, se congrega a tu alrededor, firme y democrática, pluralista y patriótica para cantar contigo y junto al río, su irrenunciable y firme oración de libertad!
Y por eso, al recibir tu llamada Reloj Municipal de apellido noble, puntual amigo de la infancia, he cruzado presurosa el puente de la nostalgia que no nos separa, que nos ata, y he desplegado nuestra bandera con orgullo, izándola al viento del norte para que el aliento ondee al sur y le rinda mi cálido homenaje al puerto ardiente que nos viera nacer a los dos, el que nos acunara con cantos de grillos y sonrisas de iguanas y sirenas; el que nos despertara con el zumbido mágico de un mosquito bailando entre nuestro río Guayas y el filo bordado de conchitas del Estero Salado. Puerto que me acariciara en la mano tibia de mi madre, Yolanda, belleza octogenaria guayaquileña que en su juventud caminó miles de veces junto a ti causando tu admiración, mujer guayaca que me mostró tu rostro por primera vez, de quien heredara la vocación de independencia y la madera de mangle combatiente, mujer de paz pero que me enseñara el camino por donde mareas humanas, llegan por voluntad a la Nueve de Octubre para exigir justicia sin claudicaciones ni demoras.
Reloj, estoy contigo, mientras te dedico cada copo de nieve inmaculada que vuele frente a mis ojos en este frío invierno, te abrazo y me contagio de tu calor y tu pasión porque el momento de exigir respeto a nuestra ciudad, ha llegado! Vamos a hacer historia, marca la hora Reloj Municipal que todos llegaremos puntualmente porque LA LIBERTAD, NI TIENE PRECIO, NI ESPERA!

© Patricia Velásquez de Mera

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(Foto: "La Laguna" por Patricia Velasquez de Mera. New Orleans, 1998) 8002 Sycamore Llegó apurado, frotándose las manos. Apretaba el periódico del día bajo su brazo izquierdo. En la mano derecha, como de costumbre, llevaba un pan empacado en papel de cera. Hacía frío, pero también como de costumbre, no llevaba calcetines y sus canillas blancas como la nieve relampagueaban entre los mocasines y el pantalón. Depositó el pan sobre la mesa y se sentó de espaldas al salón, frotando sus manos una contra la otra por largo rato. Little Watch (relojito) apareció de algún rincón y moviendo la cola se le pegó a la pierna con familiaridad hasta que se escuchó el grito: Maldita sea! Ya me pasaste el puñado de pulgas. Se levantó agitado, abrió la puerta y Little Watch salió pitando por ella. Volvió sobre sus talones y se dirigió a la chimenea, prendió el fuego sin sacarse el abrigo y se metió en la cocina. Mientras pasaba café leía con interés el diario y tomaba con placer -como si aquello

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