LA MUSICA SALVA AL MUNDO, cuadro por HAMILTON VELA COBO
Cuando las imágenes se sobreponen pero no se imponen las unas a las otras porque todas encuentran un espacio en el mismo espacio, pareciera que estamos hablando de un imposible. Acostumbrados al concepto de lo finito, al límite de lo físico -que en realidad no es más que la frontera a la que relegamos nuestra capacidad de raciocinio-, ni siquiera nos planteamos la quimera artística de ángulos descansando sobre ángulos en un mismo eje, de paredes invisibles erigiéndose entre las visibles, de colores que no se juntan porque encuentran la manera de coexistir sobre un lienzo o un trozo de papel.
Hace mucho tiempo, allá por la lejana adolescencia me regalaron de un dibujo y lo mandé a enmarcar, pero era tan hermoso que el dueño de la tienda se lo robó. Así de simple y doloroso. Se trataba de unas botellas de colores intensos que bailaban y al mismo tiempo posaban inertes sobre la superficie imaginaria, todas revueltas pero sin perder individualidad. Pocos trazos, movimientos simples pero precisos lograban como notas musicales alinearse, cohabitar, cantar.
Estoy hablando de un dibujo del Dr. Hamilton Vela Cobo trabajado en cera sobre papel. Recuerdo que al observarlo como que el ruido del cristal se dejaba oír.
Mas el tiempo vuela, eso pasó hace cuatro décadas o más. Un día el médico dejó el Ecuador atrás pero se lo llevó envuelto en un saxofón para pasearlo con camisa dorada alrededor del mundo. Así logró unir el agua de todos los mares con la del Guayas porque en las esquinas de los sueños de todo artista guayaquileño, el río corre imparable como sangre por las venas. En el camino hubo dolor, hubo tristeza, alegrías, soledad, éxitos y fracasos. Pero con la determinación que está reservada a los espíritus creativos, Hamilton aprendió en el avión de la nostalgia que todo sacrificio tiene recompensa, que el auto destierro le daría una nueva patria que lo acogería con los brazos abiertos. Y aterrizó en Chile, en Santiago, donde erigió su propia montaña en la que habita rodeado de su obra y de recuerdos recogidos en sus viajes por el mundo. Tal como en el cuadro de las botellas…
Hamilton Vela es médico de profesión, un patólogo que en su juventud fue profesor de Anatomía. No sorprende entonces su entendimiento de la figura humana, aunque la maneja sin el rigor que le exige la ciencia para otros menesteres, dejando volar las líneas del cuerpo a voluntad, como si fueran notas que se escapan de su saxofón. La especialidad de Hamilton es el jazz . Entendemos entonces la libertad y la intensidad de sus imágenes. Hombres y mujeres de figuras contundentes tipo afro, en cuadros a gran escala. A eso se suma el drama que pone a cada escena, a veces el dolor tipo indigenista invade el lienzo; otras veces la tristeza de un rostro que quisiera ser el suyo, emana de la pieza como si hubiera estado encarcelada y necesitara del ojo del público para liberarse, para sacudirse.
Y como si fuera poco, el médico patólogo, profesor de Anatomía, pintor, dibujante, saxofonista, que también es un ejemplar físico-culturista, nos muestra ahora otra faceta de su admirable personalidad: Hamilton escribe cuentos. Como un Hombre del Renacimiento, multifacético, imparable, perfeccionista, enamorado empedernido del arte, de la ciencia, del ser humano.
Guayaquil merece conocer la obra de este brillante compatriota, el río lo llevó nuevamente a sus orillas de la mano del amor, esperamos que en alguna de sus visitas, se haga sentir en su cuna con toda la fuerza de su arte musical, pictórico y literario.
© Patricia Velasquez de Mera
Raleigh, Noviembre 2008
Cuando las imágenes se sobreponen pero no se imponen las unas a las otras porque todas encuentran un espacio en el mismo espacio, pareciera que estamos hablando de un imposible. Acostumbrados al concepto de lo finito, al límite de lo físico -que en realidad no es más que la frontera a la que relegamos nuestra capacidad de raciocinio-, ni siquiera nos planteamos la quimera artística de ángulos descansando sobre ángulos en un mismo eje, de paredes invisibles erigiéndose entre las visibles, de colores que no se juntan porque encuentran la manera de coexistir sobre un lienzo o un trozo de papel.
Hace mucho tiempo, allá por la lejana adolescencia me regalaron de un dibujo y lo mandé a enmarcar, pero era tan hermoso que el dueño de la tienda se lo robó. Así de simple y doloroso. Se trataba de unas botellas de colores intensos que bailaban y al mismo tiempo posaban inertes sobre la superficie imaginaria, todas revueltas pero sin perder individualidad. Pocos trazos, movimientos simples pero precisos lograban como notas musicales alinearse, cohabitar, cantar.
Estoy hablando de un dibujo del Dr. Hamilton Vela Cobo trabajado en cera sobre papel. Recuerdo que al observarlo como que el ruido del cristal se dejaba oír.
Mas el tiempo vuela, eso pasó hace cuatro décadas o más. Un día el médico dejó el Ecuador atrás pero se lo llevó envuelto en un saxofón para pasearlo con camisa dorada alrededor del mundo. Así logró unir el agua de todos los mares con la del Guayas porque en las esquinas de los sueños de todo artista guayaquileño, el río corre imparable como sangre por las venas. En el camino hubo dolor, hubo tristeza, alegrías, soledad, éxitos y fracasos. Pero con la determinación que está reservada a los espíritus creativos, Hamilton aprendió en el avión de la nostalgia que todo sacrificio tiene recompensa, que el auto destierro le daría una nueva patria que lo acogería con los brazos abiertos. Y aterrizó en Chile, en Santiago, donde erigió su propia montaña en la que habita rodeado de su obra y de recuerdos recogidos en sus viajes por el mundo. Tal como en el cuadro de las botellas…
Hamilton Vela es médico de profesión, un patólogo que en su juventud fue profesor de Anatomía. No sorprende entonces su entendimiento de la figura humana, aunque la maneja sin el rigor que le exige la ciencia para otros menesteres, dejando volar las líneas del cuerpo a voluntad, como si fueran notas que se escapan de su saxofón. La especialidad de Hamilton es el jazz . Entendemos entonces la libertad y la intensidad de sus imágenes. Hombres y mujeres de figuras contundentes tipo afro, en cuadros a gran escala. A eso se suma el drama que pone a cada escena, a veces el dolor tipo indigenista invade el lienzo; otras veces la tristeza de un rostro que quisiera ser el suyo, emana de la pieza como si hubiera estado encarcelada y necesitara del ojo del público para liberarse, para sacudirse.
Y como si fuera poco, el médico patólogo, profesor de Anatomía, pintor, dibujante, saxofonista, que también es un ejemplar físico-culturista, nos muestra ahora otra faceta de su admirable personalidad: Hamilton escribe cuentos. Como un Hombre del Renacimiento, multifacético, imparable, perfeccionista, enamorado empedernido del arte, de la ciencia, del ser humano.
Guayaquil merece conocer la obra de este brillante compatriota, el río lo llevó nuevamente a sus orillas de la mano del amor, esperamos que en alguna de sus visitas, se haga sentir en su cuna con toda la fuerza de su arte musical, pictórico y literario.
© Patricia Velasquez de Mera
Raleigh, Noviembre 2008