A veces el poeta quisiera ser nube
se aleja del bullicio con ganas de llorar
se abraza con los árboles
buscando su ternura
se viste de esperanzas para no claudicar...
Pero no vamos a claudicar. Quiero comenzar este mensaje dirigiéndome a nuestros familiares más allegados para quienes como para mi, no hay consuelo por el adiós de Fernando. Quiero pedirles que no abandonemos nuestra fe ante prueba tan dolorosa y contundente, por el contrario, a este dolor, entre todos, vamos a sacarle una sonrisa. Vamos a celebrar el tremendo poder de convocatoria de Fernando, la transparencia de su alma, su pasión por el Emelec, su ejemplar sencilléz y su perseverancia para levantarse de las desgracias y darle la cara al sol contra viento y marea. Vamos a tratar en su nombre de perderle temor a la palabra muerte, vamos a dejar de asustamos ante ella, cuando en realidad deberíamos hacer un esfuerzo por asimilar que cuando el cuerpo se deja vencer, lo hace para que el alma se libere.
Aquella mañana en que Fernando preparaba su equipaje de sueños, de cuartillas, de recuerdos, de miradas de seres amados, y empezaba a planear su viaje para lanzarse a la aventura del cosmos en su nave adornada con los colores del Emelec... Esa noche en que se le quebró la vida prematuramente, mientras su luz comenzaba a extinguirse, como por arte de magia, un lucero infinito empezaba a tallarse sobre el muro indestructible de la eternidad.
No puedo decirles que no he llorado... A la distancia, el amor se agiganta
se confunde con el dolor
grita
hace silencio
se deja envolver por el vacío
Pero el vacío no existe cuando Fernando deja entre nosotros dos hijos maravillosos.
Ese vacío no existe cuando Fernando nos lega el don de su verbo. Valgan estas palabras para celebrar su paso por el mundo, su angustia existencial que convirtiera en apasionada poesia. Los escritos de Fernando nos cuentan de su larga tristeza que convirtiera en sonrisa, de su fuerza interior, de su profunda fe, de sus ganas de vivir y de empapelar el mundo con poemas de amor.
Valga la palabra para recordar el esfuerzo extraordinario que Fernando hizo día a día por no dejarse vencer por sus graves dolencias físicas. Quien lo conoció y no supo cuánto sufría, tiene en él un ejemplo de dignidad y humildad a toda prueba.
El sábado, mientras el Chino batallaba entre el ser y el no ser, lejos de su lecho de dolor, en una carretera desolada, los árboles al filo de la misma bailaban empujados por el viento, ataviados en deslumbrantes trajes de colores... Milagros del otoño... Detrás de ellos, miles de árboles más, vestidos de gris, compartían una sola sombra. Nosotros somos los árboles grises, y quienes se nos adelantan en el vuelo, son como aquellos a orillas de la carretera, convertidos en luz por obra y gracia del reflejo del sol.
Fernando, mi portador de aros, mi compañero poeta, ojitos chinitos, ternura inmortal, he visto pasar tu nave de destellos azules frente a mi ventana. Por nada del mundo te hubiera pedido que te quedes a seguir viviendo en pesadilla. Bendita sea la hora en que pudiste descansar de todas las injusticias, los dolores y las angustias y salir a disfrutar de vacaciones eternas. Vuela en paz mi niño, sigue buscando más allá del horizonte la fórmula perfecta que le permita al Emelec coronarse campeón y a tus hijos, tener un corazón tan grande y puro como el tuyo. Sigue soñando, no pares de llover en versos sobre el rosal de mi ventana. Busca a tu madre y a tu padre, únete a ellos en perpetuo abrazo.
Amén.
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