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CARTA A SUSANA

El viento apenas mueve las ramas de los árboles esta tórrida mañana de verano. La ventana se derrite de alegría al abrazo del sol. Te imagino sentada entre las pocas flores que resisten el calor. El paisaje sonríe como el recuerdo de tu inocencia.

El mundo, dicen que está peor, te cuento que está igual. Poco te perdiste al no caminar las calles contaminadas de carencias y violencia. Después de tanto sufrimiento, ya nada te perturba mientras la estela de tu alma buena, suspendida en la calma de lo etéreo, gira a nuestro alrededor como una bendición.

Ya no hay pena, ni para tí ni para mí. Cuando hablo contigo no necesito del viento para que te lleguen las palabras porque mi corazón es un huerto en primavera, en el que habitas a tus anchas de jardinera empedernida. El tiempo se ha encargado de que la ausencia parezca lógica, de que la tristeza se vuelva alegría al saberte aquí, aunque nadie te vea.

Hay silencios que hablan más que todas las palabras juntas. El tuyo fue obligado pero tu piel y la ternura de tu presencia, fueron lecciones insuperables de humildad. Nos hiciste comprender que el amor supera al movimiento, al ruido, a todo lo que equivocadamente llamamos poder. El “puedo moverme”, puedo hablar, “puedo decidir”, “puedo dar órdenes”, “estoy en control”, son oportunidades pasajeras de acción física que no todos sabemos aprovechar en favor de los demás. Tú, que nos mantuviste unidos al pie de tu mutismo, nos abriste los ojos a un mundo distinto y de suprema grandeza: el del amor sin condiciones!

Han corrido muchas páginas del calendario desde que te desprendiste del sufrimiento. En lugar de llorarte, debo darle gracias a Dios por permitirte vivir más allá de las formas. No encontré mejor manera de celebrar tu día, que escribir esta carta que sin duda, la hicimos juntas.

Siempre contigo,

Patricia

© Dagor PVV

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