Lamentar el fallecimiento de Amy Winehouse es no pensar en ella. Después de todo, en su caso la muerte es una liberación del infierno en el que vivía atrapada por propia voluntad. Muy adentro de ella habitaba esa niña buena que vive aún en el más confundido de los seres humanos. Ella se asomaba a sus ojos con mirada triste cuando estaba sobria. Con sus excesos, su maquillaje y su vestir desagradable y exagerado, pretendía protestar en contra de todo lo establecido pero sin un planteamiento lógico o coherente que permitiera el diálogo. Su canción “Rehab” prueba que pedía ayuda a gritos pero de manera equivocada. Cómo ayudarla entonces, si se metió en la celda y se tragó la llave del candado. Su canto era un castigo a todos porque en su inmadurez emocional no comprendía que muchos sufrieron como ella, y muchos sufrieron y sufren más que ella pero tuvieron la suficiente entereza o el apoyo oportuno, como para levantarse de sus desgracias, sacudirse el traje y caminar con dignidad en busca de la luz, sin tener que culpar a otros por sus carencias. Pero ese era su discurso, romper con todas las reglas, destruirse para castigar a alguien, a la vida misma. Y ese discurso es altamente peligroso, es mortal, como lo ha probado con su muerte prematura.
Por eso, antes de llorar su desaparición, podríamos por un momento meditar en su dolor permanente, en su confusión astronómica, en su dialelo herido e hiriente, en su inexorable angustia existencial que la llevó a liderar el teatro de la degradación. Eso no es la vida, y los errores que cometemos no se borran ni se convierten en virtudes con la muerte. La obra de un artista, cualquier artista, es como un espejo en el que se mira la humanidad. No porque una persona talentosa o creativa tenga traumas no resueltos, tiene licencia para regar veneno por donde pasa. Claro que ella no estaba en capacidad de entender todo el daño que hizo y que se hizo con su conducta desadaptada.
Por eso, aquellos que sienten que se ha perdido algo con su deceso, realmente no piensan en ella, lo que hacen es extrañar el show, la puesta en escena de un espectáculo deplorable permitido por los que en lugar de protegerla, la explotaron como mina de diamantes, sin que les importara su lenta y desgarradora agonía frente al mundo.
Duerme en paz, Amy Winehouse.
© DAGOR PVV
Por eso, antes de llorar su desaparición, podríamos por un momento meditar en su dolor permanente, en su confusión astronómica, en su dialelo herido e hiriente, en su inexorable angustia existencial que la llevó a liderar el teatro de la degradación. Eso no es la vida, y los errores que cometemos no se borran ni se convierten en virtudes con la muerte. La obra de un artista, cualquier artista, es como un espejo en el que se mira la humanidad. No porque una persona talentosa o creativa tenga traumas no resueltos, tiene licencia para regar veneno por donde pasa. Claro que ella no estaba en capacidad de entender todo el daño que hizo y que se hizo con su conducta desadaptada.
Por eso, aquellos que sienten que se ha perdido algo con su deceso, realmente no piensan en ella, lo que hacen es extrañar el show, la puesta en escena de un espectáculo deplorable permitido por los que en lugar de protegerla, la explotaron como mina de diamantes, sin que les importara su lenta y desgarradora agonía frente al mundo.
Duerme en paz, Amy Winehouse.
© DAGOR PVV
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