La felicidad es un buen pincel, un taller que huele a pintura fresca, una mariposa en la ventana, un laboratorio de ideas multicolores, un marcador de tinta indeleble, una torta de manjar con frutillas, un libro de mil páginas vacías aguardando las palabras con la misma ilusión conque los árboles esperan las hojas al inicio de la primavera...
Aún es verano. Ha sido un “largo y ardiente verano” pero en el corazón de mi taller, las estaciones son totalmente anárquicas. Me niego a remover de la puerta de mi casa la corona de flores rosadas. Hacerlo, sería admitir que el tiempo ha transcurrido, que ya se murieron los adornos naturales del manzano. Y es que el tiempo somos nosotros, relojes de carne y hueso, péndulos que nos deslizamos entre la tristeza y la alegría, entre el calor y frío, entre la vida y la muerte, con matemática precisión… aunque no nos percatemos de ello.
Eventualmente, tendré que retirar la corona y reemplazarla por la del otoño... Me asomaré a la ventana del recuerdo y veré pasar en cada hoja que caiga, un minuto de vida, de la vida de todos… Veré transcurrir el aroma reseco de todo lo que fue unos meses atrás. Pero no volveré a ver las mismas flores ni los cardenales que nacieron entre marzo y abril. Las primeras, hace rato se fueron con la lluvia, con el sol… Y a las aves, se las llevó el viento con dirección desconocida…
Por eso la anarquía puerta adentro, para seguir soñando, para seguir pintando en el aire y bordando frases sobre un muro de papel imaginario.
Aquí, en este minúsculo rincón del universo donde el Reloj Público de Guayaquil es el consejero en sesión permanente,el tiempo no existe, aunque cuando levanto el pincel y lo deslizo por la superficie del lienzo, las arrugas de mis manos me recuerdan que el arte es ilusión y que el tiempo, soy yo.
© Dagor PVV
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Aún es verano. Ha sido un “largo y ardiente verano” pero en el corazón de mi taller, las estaciones son totalmente anárquicas. Me niego a remover de la puerta de mi casa la corona de flores rosadas. Hacerlo, sería admitir que el tiempo ha transcurrido, que ya se murieron los adornos naturales del manzano. Y es que el tiempo somos nosotros, relojes de carne y hueso, péndulos que nos deslizamos entre la tristeza y la alegría, entre el calor y frío, entre la vida y la muerte, con matemática precisión… aunque no nos percatemos de ello.
Eventualmente, tendré que retirar la corona y reemplazarla por la del otoño... Me asomaré a la ventana del recuerdo y veré pasar en cada hoja que caiga, un minuto de vida, de la vida de todos… Veré transcurrir el aroma reseco de todo lo que fue unos meses atrás. Pero no volveré a ver las mismas flores ni los cardenales que nacieron entre marzo y abril. Las primeras, hace rato se fueron con la lluvia, con el sol… Y a las aves, se las llevó el viento con dirección desconocida…
Por eso la anarquía puerta adentro, para seguir soñando, para seguir pintando en el aire y bordando frases sobre un muro de papel imaginario.
Aquí, en este minúsculo rincón del universo donde el Reloj Público de Guayaquil es el consejero en sesión permanente,el tiempo no existe, aunque cuando levanto el pincel y lo deslizo por la superficie del lienzo, las arrugas de mis manos me recuerdan que el arte es ilusión y que el tiempo, soy yo.
© Dagor PVV
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