Es hora de que entendamos en forma colectiva que nuestra dignidad, la de todos, nace del estricto respeto a la dignidad ajena. Es hora de que pensemos qué vamos o construir o qué vamos a destruir, antes de hablar o de actuar. Si no nos hemos dado cuenta, el verbo es un boomerang que retorna y nos golpea con la misma fuerza con que lo lanzamos. La historia que vive el Ecuador es profundamente crítica y el tiempo se acorta para lograr un diálogo. Con comentarios hirientes y proponiendo soluciones absurdas, lo único que estamos haciendo es echar más leña al fuego en lugar de ayudar a apagarlo.
A menudo, manoseamos palabras con sorprendente irresponsabilidad, herimos a familias enteras, sean de izquierda o de derecha, insultamos públicamente, asaltamos verbalmente a quien no comparte nuestro criterio o no nos hace un favor. Solemos mancillar la dignidad ajena pero lloramos cuando tenemos que responder por nuestras palabras abusivas. No nos tiembla la mano a la hora de convertirnos en jueces implacables de nuestros congéneres pero al mismo tiempo mantenemos una posición cómoda, no investigamos antes de abrir la boca o escribir un comentario hiriente, del que difícilmente se podrán reponer nuestras víctimas. Entonces nos da pataleta, escapamos y dejamos atrás a los demás para que resuelvan ellos el enorme problema que hemos generado.
Nos queda bien el traje de verdugos que hemos heredado de dos o tres insultadores y ya no nos importa exhibirlo, es más, vivimos como alegres cínicos una constante competencia de aniquiladores de honra ajena, aplaudiendo a rabiar cada nueva vulgaridad, cada maquiavélica frase que se les ocurra a los demás. Estamos absurdamente polarizados y lo que es más grave, alimentamos bajas pasiones, hacemos el ridículo ante otros países, somos buen ejemplo de inmadurez colectiva, de falta de seriedad, coherencia y sentido común al plantear nuestras ideas y al reclamar nuestros derechos.
Qué les estamos legando a nuestros hijos, nietos, bisnietos? Quién puede escucharnos cuando todos gritamos epítetos al unísono, escupiendo en grupo hacia arriba? Quién va a tomar en cuenta nuestras aspiraciones de libertad si no respetamos la libertad y la reputación ajena?
Manejamos el doble discurso pensando que nadie nos conoce, que nadie nos ha estado observando, que nadie nos va a poner el dedo en la boca y nos va decir BASTA!
Patricia Velasquez de Mera
A menudo, manoseamos palabras con sorprendente irresponsabilidad, herimos a familias enteras, sean de izquierda o de derecha, insultamos públicamente, asaltamos verbalmente a quien no comparte nuestro criterio o no nos hace un favor. Solemos mancillar la dignidad ajena pero lloramos cuando tenemos que responder por nuestras palabras abusivas. No nos tiembla la mano a la hora de convertirnos en jueces implacables de nuestros congéneres pero al mismo tiempo mantenemos una posición cómoda, no investigamos antes de abrir la boca o escribir un comentario hiriente, del que difícilmente se podrán reponer nuestras víctimas. Entonces nos da pataleta, escapamos y dejamos atrás a los demás para que resuelvan ellos el enorme problema que hemos generado.
Nos queda bien el traje de verdugos que hemos heredado de dos o tres insultadores y ya no nos importa exhibirlo, es más, vivimos como alegres cínicos una constante competencia de aniquiladores de honra ajena, aplaudiendo a rabiar cada nueva vulgaridad, cada maquiavélica frase que se les ocurra a los demás. Estamos absurdamente polarizados y lo que es más grave, alimentamos bajas pasiones, hacemos el ridículo ante otros países, somos buen ejemplo de inmadurez colectiva, de falta de seriedad, coherencia y sentido común al plantear nuestras ideas y al reclamar nuestros derechos.
Qué les estamos legando a nuestros hijos, nietos, bisnietos? Quién puede escucharnos cuando todos gritamos epítetos al unísono, escupiendo en grupo hacia arriba? Quién va a tomar en cuenta nuestras aspiraciones de libertad si no respetamos la libertad y la reputación ajena?
Manejamos el doble discurso pensando que nadie nos conoce, que nadie nos ha estado observando, que nadie nos va a poner el dedo en la boca y nos va decir BASTA!
Patricia Velasquez de Mera
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