CARLITO
Y entonces llegó el verano con sus soles caniculares. Todo se puso tibio, el asfalto, la coca cola, la bicicleta, la voz de la abuela. Hasta el perro calentaba a temperaturas insospechadas y las paredes parecían derretirse. Las hormigas las escalaban como si fueran cuestas empinadas.
El paisaje yermo, desnudo de pescadores, resplandecía frente a la ventana como cuadro impresionista a punto de diluirse.
El mar parecía vacío y las nubes habían anidado en la memoria para mantenerse frescas.
Paradójicamente, una tarde de viernes el pueblo se llenó por completo. Los turistas agotados y sudorosos lucían felices mientras descargaban sus coches repletos de cobijas, almohadas, comida, mucha comida y licor, demasiado licor.
Y entonces el aire se volvió loco porque en los carros también llegaron los radios yla música tropical que luego fue escuchada en cada casa, en cada cuarto, en cada rincón del pueblo, muchas veces hasta el amanecer.
Había un beodo que desde alguna cantina cantaba a todo pecho “eres linda y hechicera como el candor de una rosa…”. Pero el problema era que solamente se sabía esa parte de la canción y para colmos la repetía toda la noche. Felizmente lo hacía en fines de semana, caso contrario hubiera tenido que mudarme a la ciudad más lejana en el mapa para protegerme de sus gritos destemplados. Aunque a decir verdad todas esas “ciudades”, ni siquiera el mapa las mencionaba, a pesar de ser tan populares.
Yo vivía en Carlito, bueno, así le llamaban al pueblo en el que no nací.
Insistentemente, me preguntaba por qué tomaban bebidas alcohólicas los divertidos e inagotables amantes del verano, si la temperatura era tan alta. Otra de las preguntas que me formulaba, era para qué llevaban colchas a un lugar tan caliente. Y una noche en que me armé de valor y salí a buscar respuestas y a conocer al beodo para cantarle en la oreja el resto de la canción, cayó una lluvia intensa y un relámpago furioso me despertó abruptamente.
(a) Dagor PVV
Las voces del viento abrazan tu silencio, Madre. Tus plantas languidecen porque son prolongación de los dedos de tus manos y de tu ternura. Los retratos de los abuelos no disimulan su alegría ante tu llegada al cielo, que ellos ya habitaban. Un vehículo amarillo esperaba en silencio en el umbral del hastío para transportarte en marcha triunfal hacia la cima de la libertad. Tu nave con el escudo del Barcelona, no tuvo más luces que las estrictamente necesarias, las suficientes para no perderse entre las nubes de la atmósfera en el camino a la eternidad, porque de tu sencillez, no cabía esperar faros halógenos que pretendieran competir con las estrellas. Te has ido en mayo, mes de la Virgen a la que tanto amaste y bajo cuyo manto te cobijaste en momentos de duda y de dolor. Ojalá fuera posible que cambiaras de parecer y retornaras a seguir gozando del amor incondicional de Muñeca, tu lazarillo, tu perrita fiel, y para poder nosotros regodearnos en el privilegio sin par de escuchar tus ...
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