Mañana radiante de domingo, el sol besa la cortina y me levanta. Me desperezo despacio mientras desde algún techo, una rama, un escondite, una quimera, algún ave emocionada canta.
Bajo las escaleras descalza, la luz que se filtra furtiva por la ventana de la sala, besa la guitarra de mi padre y ella, al descubrirme, me abraza… Casi puedo escuchar sus cuerdas que me hablan.
En dónde estás que no sea en mi piel, en los mapas del ayer, en la mirada de mis hijos, en mi corazón, en tus poemas y enseñanzas, si cada paso que doy me acerca más a tu esencia, a la majestuosa sencillez de tu discurso de vida, Padre?
© Dagor PVV
Las voces del viento abrazan tu silencio, Madre. Tus plantas languidecen porque son prolongación de los dedos de tus manos y de tu ternura. Los retratos de los abuelos no disimulan su alegría ante tu llegada al cielo, que ellos ya habitaban. Un vehículo amarillo esperaba en silencio en el umbral del hastío para transportarte en marcha triunfal hacia la cima de la libertad. Tu nave con el escudo del Barcelona, no tuvo más luces que las estrictamente necesarias, las suficientes para no perderse entre las nubes de la atmósfera en el camino a la eternidad, porque de tu sencillez, no cabía esperar faros halógenos que pretendieran competir con las estrellas. Te has ido en mayo, mes de la Virgen a la que tanto amaste y bajo cuyo manto te cobijaste en momentos de duda y de dolor. Ojalá fuera posible que cambiaras de parecer y retornaras a seguir gozando del amor incondicional de Muñeca, tu lazarillo, tu perrita fiel, y para poder nosotros regodearnos en el privilegio sin par de escuchar tus ...
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