No sé si los copos de nieve suben o bajan, pero en mi corazón se acurrucan con sus alas diminutas empujadas por el viento, por el frío, por la soledad, por el tiempo.
Vuelan despacio como aves sagradas, como palomas mensajeras buscando orillas para depositar su mensaje infinito; como níveas mariposas a punto de anidar.
Por eso cuando pasan les abro la ventana, porque sé que son breves golondrinas de luz, fugaces flores de hilo pletóricas de paz, escapadas del vestido de la luna.
Ellas brindan calor con su esperanza porque cuando las beso, como si fueran hadas,
se deshacen en cantos al centro de mi almohada.
No sé si los copos de nieve suben o bajan, pero su estela romántica transforma el paisaje, pinta con acuarela blanca las copas de los árboles, las casas y las plantas en la calle que conduce a mi morada.
© Dagor
Las voces del viento abrazan tu silencio, Madre. Tus plantas languidecen porque son prolongación de los dedos de tus manos y de tu ternura. Los retratos de los abuelos no disimulan su alegría ante tu llegada al cielo, que ellos ya habitaban. Un vehículo amarillo esperaba en silencio en el umbral del hastío para transportarte en marcha triunfal hacia la cima de la libertad. Tu nave con el escudo del Barcelona, no tuvo más luces que las estrictamente necesarias, las suficientes para no perderse entre las nubes de la atmósfera en el camino a la eternidad, porque de tu sencillez, no cabía esperar faros halógenos que pretendieran competir con las estrellas. Te has ido en mayo, mes de la Virgen a la que tanto amaste y bajo cuyo manto te cobijaste en momentos de duda y de dolor. Ojalá fuera posible que cambiaras de parecer y retornaras a seguir gozando del amor incondicional de Muñeca, tu lazarillo, tu perrita fiel, y para poder nosotros regodearnos en el privilegio sin par de escuchar tus ...
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