se levanta el telón de la vida/
de una vida extraordinaria/
los ojos apuntan todos/
al hombre que ya no está/
mientras habla su cuaderno/
la sala crece en recuerdos/
suspiran las cuatro esquinas/
del teatro del más acá//
el público que extasiado/
aplaude sin saber por qué/
de pronto se queda callado/
cuando se apagan las luces/
y se vuelven a encender/
para dar paso al elenco/
que sin haber actuado/
hace una venia profunda/
como en un pacto sarcástico//
bajo un sol de candilejas/
la soledad y un sombrero/
dos sillas y un vaso de agua/
tras bastidores silencio/
sobre las tablas su estela/
que se quedara atrapada/
por amor y convicción/
entre sudor y repasos/
entre risa y añoranza/
bambalinas y azulejos//
cuánta ironía en su verbo/
cuando el hombre empieza a hablar/
por favor cuánta elegancia/
la gente mira extasiada/
el escenario vacío/
al mismo tiempo repleto/
Pipo caminando en círculos/
con su mirada infinita/
con su ternura de ensueño//
lleva algo entre sus manos/
pero qué tiene en su pecho/
colgando con sorna y gracia/
iluminando cual fuego?/
prosigue al pie de la letra/
luego improvisa el libreto/
el “… qué dirán” ni le importa/
magistral concluye el cuento/
se retira del proscenio//
ruge el aplauso por siempre/
Q.E.P.D. en su luna/
de ocurridos parlamentos/
pero que viva en la historia/
del teatro guayaquileño/
JOSÉ MARTINEZ QUEIROLO/
un maestro de maestros//
©Patricia Velásquez de Mera (Dagor)/
Marzo 22 de 2013
(Foto: "La Laguna" por Patricia Velasquez de Mera. New Orleans, 1998) 8002 Sycamore Llegó apurado, frotándose las manos. Apretaba el periódico del día bajo su brazo izquierdo. En la mano derecha, como de costumbre, llevaba un pan empacado en papel de cera. Hacía frío, pero también como de costumbre, no llevaba calcetines y sus canillas blancas como la nieve relampagueaban entre los mocasines y el pantalón. Depositó el pan sobre la mesa y se sentó de espaldas al salón, frotando sus manos una contra la otra por largo rato. Little Watch (relojito) apareció de algún rincón y moviendo la cola se le pegó a la pierna con familiaridad hasta que se escuchó el grito: Maldita sea! Ya me pasaste el puñado de pulgas. Se levantó agitado, abrió la puerta y Little Watch salió pitando por ella. Volvió sobre sus talones y se dirigió a la chimenea, prendió el fuego sin sacarse el abrigo y se metió en la cocina. Mientras pasaba café leía con interés el diario y tomaba con placer -como si aquello
Comentarios