No tiene que ser el 8 de marzo, tiene que ser todos los días y en todas partes del mundo, en los rincones donde no entra la prensa, en las cuevas donde los hombres dominan y abusan sin piedad. Tiene que ser a plena luz del día, en las oficinas donde gobiernan los varones y las siervas de los hombres, en los parques, en las calles, en las casas donde el zángano vive a costillas del sacrificio femenino. Tiene que ser en todos los credos, en todos los idiomas y naciones.
No tiene que ser el 8 de marzo, tiene que ser siempre, perdemos el tiempo en un día y luego nos sentamos a esperar al siguiente año, para en la misma fecha levantar la voz en forma romántica. Tiene que ser sin tregua, rompiendo cadenas, ululando sin miedo en la misma oreja del que no quiera escuchar, avanzando, llenando los espacios ocupados por los machos y las machistas.
No tiene que ser el 8 de marzo, la historia de la mujer no es teatro de un día, es olvido de siempre. Es poder masculino. No es novela de moda, no es cine alienante, no es representación pasajera. La historia del abuso a las féminas, es cada vientre desgarrado de dolor, cada mujer robada llamada prostituta, cada criatura educada para que en su propia casa sea tratada como prostituta. Es cada himen mutilado, cada relación perversamente manejada por el control masculino. Es cada rostro plagado de moretones, es miles de tumbas regadas por el planeta. Es todas las viejas que perdieron la esperanza y la fe en el camino y descansan en el cementerio sin haber podido ser ellas, a plenitud! Es silencio impuesto, lágrima en la sopa, tragedia en la almohada, el portón, la campiña. Es menor remuneración, es delantal y cofia, cuento relegado al desván de la iniquidad.
No tiene que ser el 8 de marzo, en este momento muchas mujeres están siendo explotadas de alguna manera. No hay nada que celebrar hasta que la última de nuestras hermanas haya aprendido a leer, a defenderse, a amarse, a reivindicarse, a respetarse, a hacerse respetar! Hasta que las oportunidades sean divididas por la mitad. Hasta que hagamos valer nuestros derechos sin temores ni favores que nos degradan.
No tiene que ser 8 de marzo. Tiene que ser permanente y ubicuo el movimiento de empoderamiento de la mujer, aún hay quienes creen que deben quebrarse los tobillos para lucir “sexy” ante un hombre. Palabra abominable que nos coloca por debajo del opresor. Hay quienes creen que se debe gastar en maquillaje lo que nunca se gasta en un libro. Hay quienes creen que la belleza es un par de senos, un cuerpo totalmente depilado y lleno de cera. Demasiada ingenuidad y superficialidad! Basta de servir de esclavas, de venderse al mejor postor y relegar el amor y la dignidad.
No tiene que ser 8 de marzo, tiene que ser 24 horas al día, 365 días al año. No hay nada que celebrar hasta que todos los violadores, los golpeadores, los asesinos, los usurpadores de alegría, hayan pagado su culpa. Hasta que todas podamos elegir nuestro destino. Hasta que comprendamos que la clave del cambio es la solidaridad entre nosotras, las mujeres!
© Dagor
(Foto: "La Laguna" por Patricia Velasquez de Mera. New Orleans, 1998) 8002 Sycamore Llegó apurado, frotándose las manos. Apretaba el periódico del día bajo su brazo izquierdo. En la mano derecha, como de costumbre, llevaba un pan empacado en papel de cera. Hacía frío, pero también como de costumbre, no llevaba calcetines y sus canillas blancas como la nieve relampagueaban entre los mocasines y el pantalón. Depositó el pan sobre la mesa y se sentó de espaldas al salón, frotando sus manos una contra la otra por largo rato. Little Watch (relojito) apareció de algún rincón y moviendo la cola se le pegó a la pierna con familiaridad hasta que se escuchó el grito: Maldita sea! Ya me pasaste el puñado de pulgas. Se levantó agitado, abrió la puerta y Little Watch salió pitando por ella. Volvió sobre sus talones y se dirigió a la chimenea, prendió el fuego sin sacarse el abrigo y se metió en la cocina. Mientras pasaba café leía con interés el diario y tomaba con placer -como si aquello
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