Luis Fernando:
Hoy hubieras
cumplido cuarenta, y probablemente hubieras pasado la mitad de tu fecha, resumiendo
en un nuevo poema lo difícil de cuatro décadas sobreviviendo entre la
esperanza, la salud a medias, la soledad, los golpes más duros sobre tu corazón
de niño grande. Al final, los que te queremos, los que nunca te vamos a
olvidar, hubiéramos terminado llorando contigo al leerlo, aunque no lo supieras,
porque con cada estrofa nos habría invadido el ubicuo por qué de tus cuitas, sin
alcanzar respuesta convincente alguna.
Solamente
ayer alguien se quejaba de su falta de fe, nos decía que no comprendía las
enfermedades, las injusticias, la muerte. Le contestábamos buscando estirar el
hilo de la confianza en lo vivido y en lo que queda por vivir, que no podemos
exigir justicia si no la hemos fomentado, si no la hemos construido paso a paso
con cada uno de nuestros actos. Le decíamos que las enfermedades son necesarias
para darle paso a la muerte, por más incomprensible que ella sea, ya que existe
esa constante de peso y de energía que nos gobierna y que nos exige desaparecer
para que sobre nuestros pasos, nuestras cenizas, nuestra vida, surjan nuevas vidas.
Claro que
no tú no encajabas en aquello de las injusticias, hemos conocido pocos hombres
tan bien intencionados y sencillos como
tú. Con tu mirada de infante, con la transparencia de tu alma y tu bondad a
toda prueba, simplemente fuiste la excepción que confirmaba la regla. Y
entonces repetimos ese porqué. Pero seguramente, si me pudieras leer, luego de
una charla maratónica contigo, hubiéramos llegado a la conclusión del, y por
qué no? Si se necesitaba alguien con ese corazón gigante para seguir sonriendo
en medio de la más fuerte de las tormentas, para seguir orando con fe y
teniendo esperanzas a pesar de haber perdido ya la mitad de las batallas. Si
caminabas sobre una cuerda floja, aunque a juzgar por tu sonrisa y tus planes,
parecía como si fueras eterno, no por pretencioso, pero por creer siempre en
que un milagro estaba cerca.
Fernando,
estoy convencida de que llegaste a nuestras vidas para darnos lecciones de profunda
humildad, de entereza y de ternura. Nadie quiere ser tratado injustamente por
el destino, perderlo todo antes de
ganarlo, enfermarse y morir en plena primavera. A las finales, es arrogante
aquel que no acepta el dolor, las inequidades, el beso de la parca. Tú asumiste
las tragedias con encomiable valor y nunca permitiste que el dolor te borrara
la sonrisa bondadosa, la mirada amorosa, la ternura, la certeza de un mañana
mejor.
Ya habitas
en ese mañana y debes estar echando polvo de estrellas sobre tu equipo, porque
Emelec continúa imparable, conquistando posiciones en el tablero del fútbol
ecuatoriano. Eres un ganador, sigues invicto en la tabla de partidos ganados en
el corazón de nuestra familia, que hoy, celebró con alborozo tu paso por la
vida y el privilegio de que hayas sido, de que sigas siendo un miembro único,
irrepetible, ejemplar, de nuestro clan.
Hoy mi
corazón amarillo se vistió de azul para abrazar el tuyo. Te quiero, te
queremos! Nos haces mucha falta.
Dagor
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