Ocurrió una tarde de un 31 de diciembre, agonizaba 1997. Yo vivía en Nueva Orleáns. Me encontraba en una farmacia y en ese momento le estaba pagando a una muchacha del mostrador de Kodak por unas fotos recién reveladas. En cierto punto de la conversación sentí como que alguien nos observaba pero no me detuve a pensar en ello. Mas cuando me despedía de la chica y nos decíamos Feliz 1998, una señora de unos cuarenta años, intervino en el diálogo con una sonrisa luminosa para desearnos en español que en el año venidero “encontráramos una golondrina”.
Ni siquiera nos dio la posibilidad de preguntarle qué quería decir con eso porque desapareció rápidamente. Me volví hacia la empleada del negocio y compartimos una sonrisa sin palabras. “Está loca” recuerdo que fue todo lo que se me ocurrió en ese instante. La muchacha me pidió que le tradujera la palabra golondrina y lo hice pero a juzgar por la expresión de su rostro, asumo que mi respuesta la mandó directo al limbo. Si yo sé poco de aves, ella no sabía nada.
En 1998 me mudé a vivir en Nueva Jersey y mi vida cambió radicalmente por circunstancias que no viene al caso analizar. Lo cierto es que cada 31 de diciembre me pregunto si la dependiente de la farmacia habrá encontrado su golondrina, si la mujer que nos dejó el buen deseo ya tendría la suya cuando nos interrumpió el saludo, y si en medio de tantos beneficios que recibimos a diario, en medio de tantas flores que crecen en silencio, sin que las notemos, yo habré dejado pasar la mía. Me consuela recordar que cuando la extraña dama lanzó al aire su frase, no mencionó un año específico, por lo que, asumiendo que todos merecemos más de una oportunidad, me alisto para perseguir mi ave errante el año venidero. Si he ignorado sus vuelos rasantes, sus banderas en formas de nube, si aleteó frente a mi ventana en un día lluvioso y no la invité a pasar, me bastaría con que regresara en primavera oliendo a sur, oliendo a mar… aunque no elija mi jardín para anidar. Hasta me conformaría si el canto de un avión me la trajera inesperadamente a la memoria.
He esperado todo el día por este momento, tenía que contarles mi historia, mi sueño, mi esperanza. De pronto me asaltan las ganas de cantar a todo pecho “ya sonaron las campanas son las doce” pero si lo hago mi familia y mis gatas me mandan a desvelar en la terraza. Ya es 31 de diciembre, al Año Viejo le quedan 24 horas de vida en mi diario, en mi pluma, en mi reloj. Aún tengo chance de compartir con ustedes un momento más de este difícil pero bien intencionado 2007, para desearles de corazón que encuentren su golondrina, su ave migratoria, su oportunidad. Que si no llega en este año o si la dejaron pasar sin percibir su aroma, tengan la fe, la perseverancia y el coraje para seguirla esperando, persiguiendo, buscando hasta alcanzarla.
FELIZ 2008!
Patricia Velásquez de Mera
Ni siquiera nos dio la posibilidad de preguntarle qué quería decir con eso porque desapareció rápidamente. Me volví hacia la empleada del negocio y compartimos una sonrisa sin palabras. “Está loca” recuerdo que fue todo lo que se me ocurrió en ese instante. La muchacha me pidió que le tradujera la palabra golondrina y lo hice pero a juzgar por la expresión de su rostro, asumo que mi respuesta la mandó directo al limbo. Si yo sé poco de aves, ella no sabía nada.
En 1998 me mudé a vivir en Nueva Jersey y mi vida cambió radicalmente por circunstancias que no viene al caso analizar. Lo cierto es que cada 31 de diciembre me pregunto si la dependiente de la farmacia habrá encontrado su golondrina, si la mujer que nos dejó el buen deseo ya tendría la suya cuando nos interrumpió el saludo, y si en medio de tantos beneficios que recibimos a diario, en medio de tantas flores que crecen en silencio, sin que las notemos, yo habré dejado pasar la mía. Me consuela recordar que cuando la extraña dama lanzó al aire su frase, no mencionó un año específico, por lo que, asumiendo que todos merecemos más de una oportunidad, me alisto para perseguir mi ave errante el año venidero. Si he ignorado sus vuelos rasantes, sus banderas en formas de nube, si aleteó frente a mi ventana en un día lluvioso y no la invité a pasar, me bastaría con que regresara en primavera oliendo a sur, oliendo a mar… aunque no elija mi jardín para anidar. Hasta me conformaría si el canto de un avión me la trajera inesperadamente a la memoria.
He esperado todo el día por este momento, tenía que contarles mi historia, mi sueño, mi esperanza. De pronto me asaltan las ganas de cantar a todo pecho “ya sonaron las campanas son las doce” pero si lo hago mi familia y mis gatas me mandan a desvelar en la terraza. Ya es 31 de diciembre, al Año Viejo le quedan 24 horas de vida en mi diario, en mi pluma, en mi reloj. Aún tengo chance de compartir con ustedes un momento más de este difícil pero bien intencionado 2007, para desearles de corazón que encuentren su golondrina, su ave migratoria, su oportunidad. Que si no llega en este año o si la dejaron pasar sin percibir su aroma, tengan la fe, la perseverancia y el coraje para seguirla esperando, persiguiendo, buscando hasta alcanzarla.
FELIZ 2008!
Patricia Velásquez de Mera