Más allá de su capacidad como narrador el escritor es lo que dice, el cómo lo dice muestra su talento. Pero cuando entre líneas se lee las conclusiones a las que llega el autor, la explicación de un hecho nos da una clara idea de qué clase de ser humano está portando el lápiz. Qué es lo que un escritor descubre nos da la pauta de qué es lo que anda buscando. Y ese es a mi entender el valor singular de un libro de crónicas con el que Rubén Darío Buitrón se convierte en “la conciencia detrás del parabrisas”, siguiéndonos los pasos a los transeúntes aún en las que parecieran las más simples situaciones, descubriendo lo singular de cada cita, de cada gestión, de cada pisada, de cada mirada.
“Absurdos Cotidianos” es una búsqueda permanente del alma de las ciudades y pueblos del Ecuador, de sus luces que son los ojos de su gente. Es el encuentro con los demás y con uno mismo, es el perdón, el dolor, el todos los días. Es una pluma ágil que vuelve profundas las cosas más llanas, que se adapta a cada circunstancia, que permite disfrutar de lo elemental, de lo que parece que no importa pero que constituye la vida misma.
Conocí a Rubén Darío a través de su columna de “absurdos”, me sorprendió su genuino interés en el ciudadano común, ese que todos olvidan, al que recurren en las elecciones o para venderle productos de consumo masivo. Me llamó la atención la sencillez y la ternura de su prosa, muchas veces escrita con un candil de ingenuidad poco común en un hombre de su experiencia y su capacidad. Ese detalle le da un indiscutible sabor de esperanza a su obra. Algo así como un tibio té de manzanilla aún cuando el mal en el estómago sea uno incurable. La literatura necesita hombres buenos que enciendan frente a nuestros ojos las luces del porvenir, porque aunque no sean muchos los que leen, suman millones de millones y cada página con conceptos edificantes ayuda a reparar aunque sea un minúsculo tramo de la carretera infernal del gozo con la violencia, con el atropello, con el caos, que a menudo se confunden con expresiones de arte.
“Absurdos Cotidianos” nos permite mirar a los ojos del limpiador de carros que se lanza con un trapo sucio a enlodarnos las ventanas del automotor, esa criatura cuyas motivaciones detrás de su “trabajo” desconocemos. Es fácil asumir que el chico está siendo utilizado por sus padres para hacer dinero pero debe haber algo más en esa familia que expone la vida de sus hijos en las calles plagadas de peligro. Cada vida es un libro y eso es lo que aprendemos con esta obra en la que el autor nos brinda un mapa del corazón del individuo común, utilizando un lenguaje fácil y cotidiano, familiar y relajado. Pero Buitrón va más allá todavía, abre su corazón de par en par y se confiesa sin temores frente al lector al relatarnos por qué razón, en su opinión, les “pagamos” a los limpia vidrios callejeros: “Un gesto espontáneo para repartir monedas que sobran de algún vuelto y que se las mantiene en la guantera del auto como si fueran otro extintor de incendios.”
En Fronteras Inadmisibles”, otra de las cincuenta y un historias de la obra, aprendemos el mecanismo del autor para seguir a corta distancia los zapatos de algún peatón. Al principio lo mueve la curiosidad periodística casi gatuna, se le desborda el olfato al busca crónicas pero el corazón se le atraviesa en el juego y lo traiciona. Entonces se involucra en la trama, la vive, la piensa, la desmenuza en letras y en sentimientos. Y se percibe su frustración cuando la historia ajena no llega a final feliz, porque en el camino, la hizo suya.
Hay frases de gran valor en “Absurdos Cotidianos” en las que el autor nos da lecciones inesperadas de aceptación de derrotas colectivas, unas que van contra la maquinaria de poder de fabricantes y distribuidores de productos que la sociedad acepta, y de cuyo uso el público se vanagloria a pesar de ser harto conocido el letal efecto de algunos de ellos: “Entendió que las personas se mostraran indiferentes ante la posibilidad de comprar un helado y más bien buscaran un cigarrillo o una cerveza porque son lo más parecido al sabor de la frustración”. Cuánta verdad!
“Identidad en la Memoria” es una ráfaga de ternura y de nostalgia, de culpa y orgullo, de profundo y ejemplar amor a la ciudad natal del autor, Quito, la capitana, con “su cielito lleno de estrellas”. A ella le canta el poeta que habita incuestionablemente el corazón y el cuaderno de Rubén Darío Buitrón: “O quizás no fue ella, sino tú, quien desde la distancia extravió ese amor y dejó su corazón deshabitado, solitario y vacío. Cinco años después de tu partida, esta noche empiezas a entender que la percibías con cierta indiferencia porque dejaste de creer en quienes la manejaban y miraste con impotencia a quienes quisieron destruirla. Bajo una luna amarilla la ciudad te susurra y parece envolverte en la dignidad de su historia, sus misterios, tradiciones, raíces y batallas”.
Libro refrescante que no olvida la pasión por el fútbol, el tráfico intenso de la ciudad grande, la calma del riachuelo imaginario por el que volvemos a buscar la mano de una abuela; libro que nos hace sentir más ecuatorianos y dueños de nuestra cultura, de nuestro futuro y de nuestro porvenir. Libro para mantenerlo en la mesita de noche y volverlo a leer cada vez que se nos haga urgente el recorrer con los pies descansados el monumento a la diversidad que es nuestro país.
No hay antídoto para el dolor que representa la pérdida de un ser amado que ingresa al quirófano con la esperanza de sobrevivir a un disparo, a un cáncer avanzado, a una apendicitis no diagnosticada a tiempo. Rubén Darío Buitrón encuentra sin embargo las palabras, se reinventa un diálogo que todos hemos vivido alguna vez en la vida, nos hace escuchar los pasos de la enfermera deslizándose misteriosa y presurosa, siempre de espaldas por los pasillos del hospital frío, mientras los familiares ven transcurrir el reloj en espera de que se abra una puerta y aparezca en escena un cirujano con la boleta de vida o muerte para el paciente. Buitrón, como todos nosotros, no despeja la incógnita pero nos prepara para la sorpresa dolorosa con una palmada suave en el hombro, una de solidaridad. Otra de las perlas de “Absurdos Cotidianos”.
Patricia Velásquez de Mera
“Absurdos Cotidianos” es una búsqueda permanente del alma de las ciudades y pueblos del Ecuador, de sus luces que son los ojos de su gente. Es el encuentro con los demás y con uno mismo, es el perdón, el dolor, el todos los días. Es una pluma ágil que vuelve profundas las cosas más llanas, que se adapta a cada circunstancia, que permite disfrutar de lo elemental, de lo que parece que no importa pero que constituye la vida misma.
Conocí a Rubén Darío a través de su columna de “absurdos”, me sorprendió su genuino interés en el ciudadano común, ese que todos olvidan, al que recurren en las elecciones o para venderle productos de consumo masivo. Me llamó la atención la sencillez y la ternura de su prosa, muchas veces escrita con un candil de ingenuidad poco común en un hombre de su experiencia y su capacidad. Ese detalle le da un indiscutible sabor de esperanza a su obra. Algo así como un tibio té de manzanilla aún cuando el mal en el estómago sea uno incurable. La literatura necesita hombres buenos que enciendan frente a nuestros ojos las luces del porvenir, porque aunque no sean muchos los que leen, suman millones de millones y cada página con conceptos edificantes ayuda a reparar aunque sea un minúsculo tramo de la carretera infernal del gozo con la violencia, con el atropello, con el caos, que a menudo se confunden con expresiones de arte.
“Absurdos Cotidianos” nos permite mirar a los ojos del limpiador de carros que se lanza con un trapo sucio a enlodarnos las ventanas del automotor, esa criatura cuyas motivaciones detrás de su “trabajo” desconocemos. Es fácil asumir que el chico está siendo utilizado por sus padres para hacer dinero pero debe haber algo más en esa familia que expone la vida de sus hijos en las calles plagadas de peligro. Cada vida es un libro y eso es lo que aprendemos con esta obra en la que el autor nos brinda un mapa del corazón del individuo común, utilizando un lenguaje fácil y cotidiano, familiar y relajado. Pero Buitrón va más allá todavía, abre su corazón de par en par y se confiesa sin temores frente al lector al relatarnos por qué razón, en su opinión, les “pagamos” a los limpia vidrios callejeros: “Un gesto espontáneo para repartir monedas que sobran de algún vuelto y que se las mantiene en la guantera del auto como si fueran otro extintor de incendios.”
En Fronteras Inadmisibles”, otra de las cincuenta y un historias de la obra, aprendemos el mecanismo del autor para seguir a corta distancia los zapatos de algún peatón. Al principio lo mueve la curiosidad periodística casi gatuna, se le desborda el olfato al busca crónicas pero el corazón se le atraviesa en el juego y lo traiciona. Entonces se involucra en la trama, la vive, la piensa, la desmenuza en letras y en sentimientos. Y se percibe su frustración cuando la historia ajena no llega a final feliz, porque en el camino, la hizo suya.
Hay frases de gran valor en “Absurdos Cotidianos” en las que el autor nos da lecciones inesperadas de aceptación de derrotas colectivas, unas que van contra la maquinaria de poder de fabricantes y distribuidores de productos que la sociedad acepta, y de cuyo uso el público se vanagloria a pesar de ser harto conocido el letal efecto de algunos de ellos: “Entendió que las personas se mostraran indiferentes ante la posibilidad de comprar un helado y más bien buscaran un cigarrillo o una cerveza porque son lo más parecido al sabor de la frustración”. Cuánta verdad!
“Identidad en la Memoria” es una ráfaga de ternura y de nostalgia, de culpa y orgullo, de profundo y ejemplar amor a la ciudad natal del autor, Quito, la capitana, con “su cielito lleno de estrellas”. A ella le canta el poeta que habita incuestionablemente el corazón y el cuaderno de Rubén Darío Buitrón: “O quizás no fue ella, sino tú, quien desde la distancia extravió ese amor y dejó su corazón deshabitado, solitario y vacío. Cinco años después de tu partida, esta noche empiezas a entender que la percibías con cierta indiferencia porque dejaste de creer en quienes la manejaban y miraste con impotencia a quienes quisieron destruirla. Bajo una luna amarilla la ciudad te susurra y parece envolverte en la dignidad de su historia, sus misterios, tradiciones, raíces y batallas”.
Libro refrescante que no olvida la pasión por el fútbol, el tráfico intenso de la ciudad grande, la calma del riachuelo imaginario por el que volvemos a buscar la mano de una abuela; libro que nos hace sentir más ecuatorianos y dueños de nuestra cultura, de nuestro futuro y de nuestro porvenir. Libro para mantenerlo en la mesita de noche y volverlo a leer cada vez que se nos haga urgente el recorrer con los pies descansados el monumento a la diversidad que es nuestro país.
No hay antídoto para el dolor que representa la pérdida de un ser amado que ingresa al quirófano con la esperanza de sobrevivir a un disparo, a un cáncer avanzado, a una apendicitis no diagnosticada a tiempo. Rubén Darío Buitrón encuentra sin embargo las palabras, se reinventa un diálogo que todos hemos vivido alguna vez en la vida, nos hace escuchar los pasos de la enfermera deslizándose misteriosa y presurosa, siempre de espaldas por los pasillos del hospital frío, mientras los familiares ven transcurrir el reloj en espera de que se abra una puerta y aparezca en escena un cirujano con la boleta de vida o muerte para el paciente. Buitrón, como todos nosotros, no despeja la incógnita pero nos prepara para la sorpresa dolorosa con una palmada suave en el hombro, una de solidaridad. Otra de las perlas de “Absurdos Cotidianos”.
Patricia Velásquez de Mera