El domingo es una especie de oasis, de tregua. Por la mañana es como un barquito de papel navegando en una taza de café, como las flores del campo, como una bandera blanca, como un suspiro largo frente a un lago. Al medio día es como el calor de la ventana soleada, como la quimera de la alegría en el parque. En la tarde, se convierte en el pastel que se disfruta sin prisas, como una tertulia íntima cuando se pone el sol. La música es el ladrido lejano del perro del vecino, la poesía es la sonrisa de un nieto… Al final del día el músculo del ser se estira, el silencio se apodera de la casa, el periódico cansado se acurruca en un rincón. Entonces repasamos con ojos cerrados las cartas que quisiéramos escribirle al mundo, a la vida; acomodamos la cabeza en la almohada y a pesar de todos los bemoles, de todas las incertidumbres y las injusticias que vive el planeta, suspiramos renovados y soñamos con una gran semana para toda la humanidad!
© Dagor PVV
(Foto: "La Laguna" por Patricia Velasquez de Mera. New Orleans, 1998) 8002 Sycamore Llegó apurado, frotándose las manos. Apretaba el periódico del día bajo su brazo izquierdo. En la mano derecha, como de costumbre, llevaba un pan empacado en papel de cera. Hacía frío, pero también como de costumbre, no llevaba calcetines y sus canillas blancas como la nieve relampagueaban entre los mocasines y el pantalón. Depositó el pan sobre la mesa y se sentó de espaldas al salón, frotando sus manos una contra la otra por largo rato. Little Watch (relojito) apareció de algún rincón y moviendo la cola se le pegó a la pierna con familiaridad hasta que se escuchó el grito: Maldita sea! Ya me pasaste el puñado de pulgas. Se levantó agitado, abrió la puerta y Little Watch salió pitando por ella. Volvió sobre sus talones y se dirigió a la chimenea, prendió el fuego sin sacarse el abrigo y se metió en la cocina. Mientras pasaba café leía con interés el diario y tomaba con placer -como si aquello
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