Acariciar mis pinturas para que no se sientan solas, revisar mis libros para que sepan que alguien los escucha, es un ritual necesario para no dejar morir el otro yo que me habita irremediablemente, aquel que únicamente se asoma a la ventana en noches de luna o en domingos de paz... El resto del tiempo, con la puerta cerrada a mi quimera azul, me convierto en lo que no soy pero que he aprendido a manejar muy bien para poder seguir caminando por el mundo.
© Dagor
Las voces del viento abrazan tu silencio, Madre. Tus plantas languidecen porque son prolongación de los dedos de tus manos y de tu ternura. Los retratos de los abuelos no disimulan su alegría ante tu llegada al cielo, que ellos ya habitaban. Un vehículo amarillo esperaba en silencio en el umbral del hastío para transportarte en marcha triunfal hacia la cima de la libertad. Tu nave con el escudo del Barcelona, no tuvo más luces que las estrictamente necesarias, las suficientes para no perderse entre las nubes de la atmósfera en el camino a la eternidad, porque de tu sencillez, no cabía esperar faros halógenos que pretendieran competir con las estrellas. Te has ido en mayo, mes de la Virgen a la que tanto amaste y bajo cuyo manto te cobijaste en momentos de duda y de dolor. Ojalá fuera posible que cambiaras de parecer y retornaras a seguir gozando del amor incondicional de Muñeca, tu lazarillo, tu perrita fiel, y para poder nosotros regodearnos en el privilegio sin par de escuchar tus ...
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