A esos que esconden la mano para no compartir el pan del altruismo y del respeto a sus semejantes, a los que juzgan sin saber, sin escuchar; a los que transpiran egolatría y soberbia, que en plena Navidad cierran su puerta y dan la espalda a quienes la necesitan abierta; a aquellos que se blindan detrás de murallas para ignorar el dolor ajeno; a los enfermos de arrogancia y deslealtad, a ellos va dirigida nuestra compasión y nuestra esperanza de que superen su pequeñez, en esta noche de diciembre.
© Dagor PVV
Las voces del viento abrazan tu silencio, Madre. Tus plantas languidecen porque son prolongación de los dedos de tus manos y de tu ternura. Los retratos de los abuelos no disimulan su alegría ante tu llegada al cielo, que ellos ya habitaban. Un vehículo amarillo esperaba en silencio en el umbral del hastío para transportarte en marcha triunfal hacia la cima de la libertad. Tu nave con el escudo del Barcelona, no tuvo más luces que las estrictamente necesarias, las suficientes para no perderse entre las nubes de la atmósfera en el camino a la eternidad, porque de tu sencillez, no cabía esperar faros halógenos que pretendieran competir con las estrellas. Te has ido en mayo, mes de la Virgen a la que tanto amaste y bajo cuyo manto te cobijaste en momentos de duda y de dolor. Ojalá fuera posible que cambiaras de parecer y retornaras a seguir gozando del amor incondicional de Muñeca, tu lazarillo, tu perrita fiel, y para poder nosotros regodearnos en el privilegio sin par de escuchar tus ...
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