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28 de diciembre de 2014

Son otras aves las que vuelan entre las ramas al frente de mi nueva ventana. Añoro los cardenales, el pájaro carpintero, el canto con aroma a madera que escapaba de su pico. A menudo me pregunto, de cuál flor beberán el néctar los colibríes encantados que hacían temblar de ternura el paisaje de mi pincel? Y qué será del rosal, de su magia, de sus oraciones de color y sus contorsiones graciosas al toque del viento? Qué habrá acontecido en el día a día de Marilyn, la vecina, quien anoche visitó mi sueño con la calidez de su inocente e insaciable curiosidad. 

Me pregunto si la ardilla del jardín habrá logrado acumular todo el alimento necesario para sobrevivir este invierno.

Cuántas veces quise tener la cámara lista cuando pasaba otra vecina, la de los tres perros y el llavero gigante que hacía sonar a la distancia. La del sombrero descomunal. Cada vez que la esperaba, ella tomaba otra ruta; cada vez que la olvidaba, sus llaves tomaban nota de lo frágil de mi memoria.

Camino de Lluvia a veces ruidoso, otras veces silencioso, te quedaste con diez años de sueños, con incontables manchas de óleo flotando en el aire para elevarse al cielo de los poetas convertidas en palabras. Dime, cómo les explico a mis nietos, a las gatas, al perro, a mis cuadros, que todo eso que me diste vive en mi, así como los retratos pernoctan en una nube virtual a la que podemos acceder cuando la nostalgia nos asalta. Cómo les cuento que sigo andando y que soy feliz a pesar de todo lo que dejé atrás, porque como todo el mundo, viajo con mi propio arco iris bajo el brazo, mi pasado, uno que sólo se deja ver en tardes especiales pero que siempre estará conmigo, uno en el que mis hijos hilvanan como duendes los amaneceres y los atardeceres de mi vida.

Hace rato que cambié la dirección de mi cueva urbana por una más cercana a los escondites de los venados. Aquí el silencio es omnipresente, aquí se percibe nítidamente cada paso de los árboles y cuando un niño juega en su patio, todo el barrio lo escucha con ilusión y alegría, casi con reverencia. Aquí se siente como adentro de la chimenea el movimiento de las nubes pidiendo asilo para no tener que convertirse en lágrimas.

Tengo incontables preguntas que formularte, querido Camino de Lluvia, y tanto que contarte sobre el nuevo refugio, pero las voy a guardar para el 2015, mientras sigo estirando ese arco iris bordado en cada milímetro, con sueños colectivos de libertad. Porque de toda tu herencia, una de las cosas que más atesoro, es esa certeza que me diste sobre el valor de creernos libres para poder serlo. 

Dagor

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