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Hace unos meses, tuve la desafortunada oportunidad de leer un artículo cuyo autor ni siquiera recuerdo, quien aseguraba que “aquel que no lee, no sabe pensar”, o algo por el estilo. 

En esa nota, el orden de los factores sí alteró el producto. Al menos en el título. En primer lugar, se aprende a pensar antes que a escribir y a escribir antes que a leer. En segundo lugar, todo el mundo es capaz de pensar, analfabeto o no. Ese factor no pega en la frase. Las excepciones que confirman la regla, se deben a problemas congénitos o adquiridos. Nadie carga la mente en blanco, a no ser que esté desmayado, loco, absolutamente enfermo o muerto. 

No es justo que por no saber cómo explicar la importancia enorme de la lectura, se eche mano a una frase que debe haber sido mal traducida de algún escrito en otro idioma. 


Conocemos grandes compositores ecuatorianos y de otras latitudes, que apenas sabían leer pero que escribieron poemas, canciones que todos sentimos como propias, y que sin duda, no fueron inspiradas por la lectura de temas ajenos. El talento permite crear del caos, de la ignorancia, del vacío, etc. La erudición puede y de hecho lo hace, ayudar a que un tema sea tratado con claridad y conocimiento, pero sin talento de escritor, su redacción siempre será  limitada en relación a la capacidad creativa que es natural y que definitivamente, no se puede adquirir en un aula. La disciplina que alguien pone en leer todo lo que pasa por sus manos, es loable, pero se parece a la energía que un niño aplica sobre todos los juguetes de una tienda, sin lograr llevarse alguno adecuado a casa. No porque alguien lea "todo", va a ser un buen escritor. Y no porque alguien se pase la vida leyendo, va a convertirse en un buen entendedor de textos.


Alguien puede escribir con propiedad desde el punto de vista del lenguaje, pero eso no significa que lo que pone sobre papel físico o virtual, sea poético, bello, conmovedor, o que rompa esquemas o barreras. Que eduque, libere, inspire, cuestione, o emocione. 


Una cosa es un escrito técnico en cualquier materia, desde Literatura hasta Física; otra cosa es un buen párrafo, un ensayo de campeonato, una frase contundente, un gran libro. 


Hay que escribir bien para que se nos entienda claramente. Hay que usar todas las reglas gramaticales y acudir al diccionario a diario, al más puro estilo de Mario Vargas Llosa. Claro que en el caso de Vargas Llosa hay conjugación de talento y técnica. Rara coincidencia o coexistencia.


Una persona puede escribir muy mal y al mismo tiempo ser muy ilustrada. O lo contrario. Lo uno no depende de lo otro. Algunos pueden crear un espacio en el que utilizan la palabra en forma adecuada, pero sin gracia. Otros de un simple plumazo lanzan frases que lo dicen todo. 


En una composición literaria de primera, hay una especie de luz que no se adquiere en la clase de gramática o de ortografía, o en un taller literario. 


Los analfabetos y los pocos versados en gramática, tienen una mente tan activa como el más empedernido de los lectores, la diferencia es que viven en un sólo mundo, el propio, no en miles de libros escondidos detrás de portadas a ratos indescifrables. Y a veces los que solamente tienen instrucción  básica, son más sabios que los pseudo intelectuales devoradores de obras que ni siquiera comprenden. Todo el mundo tiene opiniones propias, académico o ignorante. Porque leer mucho no es respirar a nombre de los pobres desposeídos de instrucción y tomar decisiones basados en el número  de obras leídas, para que el planeta continúe existiendo, leer es apenas tratar de descifrar un mensaje que ni siquiera dos personas lo asimilan de la misma manera. Como escritora, nunca me dejan de sorprender las interpretaciones que los lectores hacen de mis textos. Es decir que si ponemos a leer la Caperucita Roja a diez niños de edad escolar y al final les hacemos las preguntas básicas sobre el tema, con seguridad habrán asimilado el contenido del cuento de forma tan distinta el uno con el otro, que si luego les asignamos una redacción sobre la historia leída,  apenas dos o tres conceptos serán compartidos por todos, que la capa de Caperuza era roja y que los lobos son malos. El resto de opiniones serán muy variadas.


Pero que no le quepa la menor duda a quien dijera que “el que no lee no sabe pensar”, que por haber leído tanto, está absolutamente confundido y que su mensaje elitista y de imperdonable ligereza, es altamente ofensivo para esa mayoría de no lectores, a quienes él no les otorga la calidad de pensantes.


Patricia Velasquez de Mera

                 Dagor


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