Abril 24, 2013
Esta noche la luna deprimida vela el barrio, y un árbol se ha salido de su espacio para vagar con los brazos anudados a su espalda, buscando la razón de la sinrazón. Todo parece igual pero ya nada lo será. El ulular de las sirenas se siente en cada poro del cuerpo, y adentro en el corazón se turnan los latidos para acompasar las pisadas y hacernos creer que estamos vivos.
Cierro la ventana y el pájaro que habita cerca de ella, me grita o solloza. Sé que hoy no cantará, que sus amigos llegarán de madrugada y cuando se quede dormido para no ver, para no sentir, para no saber, lo abrazarán con sus alas y lo levantarán en vuelo para llevarlo al infinito espacio que manipulan esperanzados aquellos que conocen la palabra fe.
Sobre una mesa reposa el cuaderno con su lista de imposibles, con sus cavilaciones que parecen lejanas aunque hayan salido de mi pluma. No lo abro porque es probable que todo lo escrito se haya borrado como por arte de magia, o como por falta de magia. Y es que no sé si en otra vida sea pecado no haber alcanzado tantos sueños. Si es así, prefiero quedarme en la mitad, entre dos mundos, como si fuera un helecho atrapado entre los muros de un viejo castillo abandonado.
Para matizar la escena, el espejo está alegre porque todas las luces de la habitación confluyen sobre él y lo iluminan. Ni paso por su lado, lo dejo que sea feliz, que se regodee en la música de su propio engaño.
Desde las paredes, los cuadros y las fotos que un día persiguieran mis quimeras, se han detenido a observarme con los brazos cruzados. Cómo quisiera que los abrieran y me abrazaran hondamente, aunque luego regresaran a sus poses eternas.
Esta noche, se impone el silencio. Silencio prometedor, catarsis, augurio de lienzos repletos de colores, de flores en el jardín, o de más silencio…
© Dagor
(Foto: "La Laguna" por Patricia Velasquez de Mera. New Orleans, 1998) 8002 Sycamore Llegó apurado, frotándose las manos. Apretaba el periódico del día bajo su brazo izquierdo. En la mano derecha, como de costumbre, llevaba un pan empacado en papel de cera. Hacía frío, pero también como de costumbre, no llevaba calcetines y sus canillas blancas como la nieve relampagueaban entre los mocasines y el pantalón. Depositó el pan sobre la mesa y se sentó de espaldas al salón, frotando sus manos una contra la otra por largo rato. Little Watch (relojito) apareció de algún rincón y moviendo la cola se le pegó a la pierna con familiaridad hasta que se escuchó el grito: Maldita sea! Ya me pasaste el puñado de pulgas. Se levantó agitado, abrió la puerta y Little Watch salió pitando por ella. Volvió sobre sus talones y se dirigió a la chimenea, prendió el fuego sin sacarse el abrigo y se metió en la cocina. Mientras pasaba café leía con interés el diario y tomaba con placer -como si aquello
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