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Abril 24, 2013 Esta noche la luna deprimida vela el barrio, y un árbol se ha salido de su espacio para vagar con los brazos anudados a su espalda, buscando la razón de la sinrazón. Todo parece igual pero ya nada lo será. El ulular de las sirenas se siente en cada poro del cuerpo, y adentro en el corazón se turnan los latidos para acompasar las pisadas y hacernos creer que estamos vivos. Cierro la ventana y el pájaro que habita cerca de ella, me grita o solloza. Sé que hoy no cantará, que sus amigos llegarán de madrugada y cuando se quede dormido para no ver, para no sentir, para no saber, lo abrazarán con sus alas y lo levantarán en vuelo para llevarlo al infinito espacio que manipulan esperanzados aquellos que conocen la palabra fe. Sobre una mesa reposa el cuaderno con su lista de imposibles, con sus cavilaciones que parecen lejanas aunque hayan salido de mi pluma. No lo abro porque es probable que todo lo escrito se haya borrado como por arte de magia, o como por falta de magia. Y es que no sé si en otra vida sea pecado no haber alcanzado tantos sueños. Si es así, prefiero quedarme en la mitad, entre dos mundos, como si fuera un helecho atrapado entre los muros de un viejo castillo abandonado. Para matizar la escena, el espejo está alegre porque todas las luces de la habitación confluyen sobre él y lo iluminan. Ni paso por su lado, lo dejo que sea feliz, que se regodee en la música de su propio engaño. Desde las paredes, los cuadros y las fotos que un día persiguieran mis quimeras, se han detenido a observarme con los brazos cruzados. Cómo quisiera que los abrieran y me abrazaran hondamente, aunque luego regresaran a sus poses eternas. Esta noche, se impone el silencio. Silencio prometedor, catarsis, augurio de lienzos repletos de colores, de flores en el jardín, o de más silencio… © Dagor

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