Abril 30, 2013
Entre los jardines que circundan mi corazón, se quedó a vivir tu sonrisa inolvidable. Aprendí mucho de tus manos que todo lo sembraron para que otros cosecharan. Pocos comprendieron tu generosidad, ahora es claro, las llevabas vacías para poder abrazarte a Dios sin impedimentos. Mujer de ojos verdes como la más bella de las campiñas, todos los recuerdos que dejaste, son lecciones que alumbran el camino de la familia que tanto amaste. Hoy, luego de treinta días de tu vuelo sideral, voy a plantar un árbol en tu nombre, voy a escribirte un poema y cantaré tu canción para que me escuches desde tu nube invisible. Juntas, vamos a celebrar tu libertad infinita…
© Dagor
(Foto: "La Laguna" por Patricia Velasquez de Mera. New Orleans, 1998) 8002 Sycamore Llegó apurado, frotándose las manos. Apretaba el periódico del día bajo su brazo izquierdo. En la mano derecha, como de costumbre, llevaba un pan empacado en papel de cera. Hacía frío, pero también como de costumbre, no llevaba calcetines y sus canillas blancas como la nieve relampagueaban entre los mocasines y el pantalón. Depositó el pan sobre la mesa y se sentó de espaldas al salón, frotando sus manos una contra la otra por largo rato. Little Watch (relojito) apareció de algún rincón y moviendo la cola se le pegó a la pierna con familiaridad hasta que se escuchó el grito: Maldita sea! Ya me pasaste el puñado de pulgas. Se levantó agitado, abrió la puerta y Little Watch salió pitando por ella. Volvió sobre sus talones y se dirigió a la chimenea, prendió el fuego sin sacarse el abrigo y se metió en la cocina. Mientras pasaba café leía con interés el diario y tomaba con placer -como si aquello
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