A veces el silencio se dilata, la penumbra de la alcoba se acentúa, se mete por los poros hasta el alma. El músculo en stand by, parece inerte. A esta hora sagrada las ideas se alborotan como naipe en remolino y luego van cayendo en su lugar, como cascada. Tres de la madrugada, hora de algún sueño empedernido, de alguna utopía fantástica. La ventana parece preocupada. Será porque los pájaros no cantan? El espejo refleja parcialmente la cándida luz de una pantalla que me habla, que escribe entre mis dedos, que cuando no la miro, muy sutilmente, se apaga. Aliada, discreta, acolitadora, siempre lista, pluma en mano al término de la distancia. Allí, cuando las palabras no pasan, cuando el tiempo se detiene en el valle de la nostalgia, ella se coloca al filo de la montaña del desdén como flor de la esperanza, me mira desde el escritorio, sacude su melena cibernética y con su corazón de poeta, de payasa, de gitana, tímidamente, me abraza... Es la computadora. Dagor